domingo, 17 de enero de 2016

Siete domingos

La jubilación viene de júbilo. Al principio, no lo tenía claro y temía que mi nueva situación personal, al finalizar mi vida activa, significara tedio, abandono, soledad y depresión.

Llenaba tanto mi vida, con el trabajo y con los hijos en el hogar, que temía encontrarme ante un vacío de vida.

Los hijos volados y el trabajo pasado, me enfrentaban a un incierto estatus personal. Tenia miedo al reloj, la apatía, el desconcierto y el abandono personal.

Poco a poco, me he adaptado a mi nueva situación, borrando de mi vida, en lo posible, las obligaciones innecesarias, sintiéndome progresivamente, más integrado en la Naturaleza..

No puedo abstraerme totalmente, de la regulación de la sociedad. Cuando conduzco, cumplo las señales de tráfico; cuando compro, he de adaptarme a los horarios; cuando me relaciono con los demás, respeto las normas básicas de educación y urbanidad.

Pero lo que más respeto y valoro, son las leyes de la Naturaleza. Sigo, casi siempre, mi reloj biológico.

Todos los días de la semana, son domingos. Cuando tengo hambre como; si tengo sueño duermo; si me apetece trasnochar, lo hago y así, cualquier actividad o dejadez, con el privilegio de la libertad conquistada.

Salvando las diferencias, me siento como un simio en la selva, respetando la jerarquía del grupo, obedeciendo los instintos de supervivencia y disfrutando errante, de la belleza de la vida.

Guardo un equilibrio entre libertad, dignidad, amor, compromiso y civilización. Me desprendo de prejuicios y tabúes; me olvido para siempre del "qué dirán"; me resbalan los convencionalismos; desprecio las mentiras de decir y de vivir; abandono el dios del dinero, por el del tiempo, el amor y la salud.

En definitiva, soy más sencillo, más honesto, más auténtico y más libre.

Soy como un cohete en el espacio, que va desprendiéndose de lo ya inservible en las distintas fases del lanzamiento, hasta quedarme en la cápsula indispensable.

Ello requiere una evolución que sigo aceleradamente. Cada vez, me queda menos vida y por ello, no tengo tiempo que perder. Disfruto como nunca, el sabor de la vida, los aromas del camino,  los colores del paisaje, los besos del amor, las caricias de la amistad y las sonrisas de los compañeros de mi tiempo.

No concedo reloj a las envidias, a los rencores, a las  discusiones inútiles o a los superfluos de la sociedad, que pierden sus energías en caminos sin salida.

Libre y con el oro de mi tiempo de vida, me importa muy poco un mezquino "Sálvame", una pirámide de noticias sobre noticias intrascendentes de deportes,  cualquier programa o actividad, que no aporte realmente valores a mi persona.

Como el "cabreo mata", procuro no enfadarme. Como la superficialidad dispersa, huyo de lo fatuo. Como la gilipoyez abotarga, busco sensatez e inteligencia.

Todos mis días son domingos. Todos mis momentos deben ser felices, hermosos, honestos, limpios y libres.

Esto significa para mí, la libertad conseguida.

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