viernes, 29 de abril de 2016

Rizos y rulos

Lo confieso, me cortan el pelo en una peluquería de señoras. No es que se me haya puesto alma de parguela ni que haya "roto en arco iris", con todo mis respetos.

Todo empezó siendo funcionario público. En vez de salir a tomarme un café, una vez al mes, entraba en una peluquería de señoras muy cercana, en cuya puerta habían colgado el cartel de "unisex"

Era una cuestión de economía de tiempo, no sin cierta prevención y prejuicios por mi parte, pues lo de ser macho, suponía ir a una barbería de tíos.

Lo siento, pero allá por la prehistoria de mi vida, los hombres nadaban con bañador negro con una tiranta, los pantalones se sujetaban con tirantes y sus portañuelas, se cerraban con botones, pues las cremalleras eran para las mujeres.

Por supuesto, un macho de verdad, no usaba lacas, ni se daba crema en la cara y si fumaba, debía sostener el cigarrillo con la mano izquierda, pues de lo contrario, habría sido sospechoso de desviacionismo sexual.

El reloj debía ir igualmente en la mano izquierda y por supuesto, nuestro carácter debía ser recio y debíamos poner voz de hombre.

Y yo hice como los jóvenes de mi edad. Hablaba de tías, soltaba algún taco y se me ponía cara de bobalicón, cuando veía contornearse dos buenas caderas con un buen par.

Con la llegada de los colores, que afectó incluso a las carrocerías de los coches, antes sólo negras, blancas o grises, todo se fue relativizando, hasta llegar a los tiempos actuales.

Quién me iba a mí a decir, que acabaría yendo a una peluquería de señoras. Yo, que me consideraba violento y casi contaminado, cuando de adolescente, debía esperar a que atendieran a mi madre en su establecimiento habitual.

Pero aquí estoy; dejándome cortar el pelo por una mujer, que moderniza mi imagen, me echa gomina, me arregla las cejas y me peina, mientras que otra joven, me hace la manicura, para paliar los  destrozos de trabajar mi jardín con las manos desnudas.

Esta mañana, me desplacé a Santander, para que "mi peluquera" hiciera un milagro conmigo y no fuera demasiado "molesto de ver".

Craso error; una legión de mujeres, había ocupado todos los sillones de trabajo y parecía que se habían quedado a vivir en ellos.

Bigudíes, rulos, tintes, ... todo lo necesario para ponerse guapas, pues era fin de semana de un mes de primeras y penúltimas comuniones, bodas y eventos varios.

Tras ver todas las fotos de todas las revistas del "chocheo nacional", vi con desesperación que nunca llegaría mi turno.

Dejé el último "Hola" y cuando llegué al coche, el recibo de la "ola", estaba a punto de multa.

Me fui a una cafetería donde tenía una cita con una joven de 28 años. Era química y su padre, me había pedido que la aconsejara profesionalmente.

Tras dos cervezas y una hora de charla, estaba feliz de haber ayudado a una tierna e ilusionada profesional.

Recordé entonces, las novedades de las revistas ojeadas: paternidad del Cordobés, separaciones varias, peleas entre madres e hijas, futbolistas marcando tendencia con esmoquin y playeras rojas, las Terelus paseando al Bigotes por los campos de Málaga y muchas referencias a las marcas de ropa de la aristocracia del papel cuché.

Vi a la "Princesa del pueblo", tan mondonguera como siempre, enseñando a su nuevo chico y cerré los ojos en un instintivo reflejo de legítima defensa.

Pedía a Dios, que si algún día me quita la memoria, empiece paulatinamente, llevándose primero, lo inservible, lo irreverente, lo idiota y lo infumable.

La próxima vez que vaya a la peluquería y deba esperar pacientemente la finalización de una sesión de rulos y bigudíes, llevaré mi propia lectura.

Al menos, no caeré en el mundo de la estupefandez y la gilipondia.


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