viernes, 1 de julio de 2016

Ensueños de amor 2: Amantes en la niebla

Estaba en un cuadro colgado de un árbol del bosque. Su imagen era delicada, delgada y hermosa. Grácil y descuidada su pose. Rezumaba femineidad y encanto.
Sus ojos se clavaban en la mirada desde cualquier ángulo provocando nobles sentimientos. Parecía un sueño de colores que quisiera escapar del óleo y cautivar el alma de quién osara adentrarse en la foresta.
Un joven leñador se sentó en la hojarasca para mirarla. Tenía a su espalda la  corteza de un árbol recio. Sentía al personaje en los relieves de la vida. Cerró los ojos y respiró profundamente. El leve roce de unos labios y unos finos dedos caracoleaban su cabellera negra. La mujer había descendido del cuadro desposeída de sus ropajes y, entre susurros, le asía de la mano. Él siguió sus pies desnudos por senderos retorcidos hasta la verde orilla de un riachuelo. Se tendió a su lado, sobre el rocío de la madrugada. Las mutuas caricias leían en braille sus cuerpos mientras la densa niebla desdibujaba sus siluetas. Los suspiros se confundían con el ulular de una lechuza y los tímidos cantos de los pájaros que despertaban. Culminado el amor Burgalia se recogió en su cuadro. El joven amante siguió dormido sobre el lecho de musgo.
Cuenta la leyenda que Burgalia había nacido en las frías tierras del norte y vivía bajo la luz del Mediterráneo. Un desconocido la había pintado en un óleo que colgó en el bosque con un conjuro de amor: desde su cuadro disfrutaba la vida del bosque mientras esperaba que la bruma  le trajera  el amor de cada noche.




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