lunes, 25 de julio de 2016

Sueños de África

África es el continente de mis sueños. No dudo de las maravillas andinas del Nuevo Mundo, tan viejo como el resto, ni del encanto del continente del color del azafrán, ni de la culta Europa, líder del pensamiento, ni de la lejana Oceanía, pero cuando pienso en la aventura de vivir, mis neuronas sólo me cantan África.

He pisado muchos países africanos e incluso tengo más de 6 años de vida en el continente rojo. He trabajado, sudado y disfrutado de su belleza y exotismo y sufrido sus miserias, contradicciones, miedos y violencias.

En mi edad adolescente, "bebía" las novelas de Emilio Salgari y de Julio Verne y en mi juventud, leía con avidez los fascículos de Féliz Rodríguez de la Fuente. En todos ellos, cualquier cosa que tuviera una referencia africana, despertaba mi curiosidad.

En el cine, disfrutaba con deleite las películas sobre África: "Hatari", "Mogambo", "La reina de África", "En un lugar de África", "Los dioses deben estar locos", "Zulú", "Gorilas en la niebla", "Tarzán de los monos",... y en ellas admiraba la majestuosidad del león, la belleza del leopardo, la grandeza del elefante, la fuerza del rinoceronte, la gracilidad de las gacelas, la altura de las jirafas y las rayas de las cebras.

También me subyugaban los brujos africanos, los grandes jefes de tribu, con sus colas de león para espantar moscas, los cantos reiterados y los tambores lejanos enajenando los guerreros que agitaban sus lanzas antes de la batalla, contra los hombres blancos de casacas rojas.

Siendo estudiante de veterinaria en Córdoba, aparecieron por la cátedra de Cirugía los famosos rejoneadores hermanos Peralta. Iba con ellos Johnny Weismüller, gran amante de los caballos y quizás el más famoso actor de las películas de Tarzán.

Venían a ver un caballo de rejoneo, que corneado en una corrida, había sido operado en nuestro quirófano. Estrechar la mano del Tarzán de mi adolescencia, fue para mi como el amanecer de un día de Reyes Magos. Aquél día, se enardecieron mis sueños de selva, como lo hace la rosa de Jericó cuando recibe el regalo del agua. Los míos, eran sueños de aventuras de un mundo colonial del hombre blanco bondadoso.

Fueron precisos muchos años más, para darme cuenta, al pisar su roja tierra, que África es un sufrido continente que ha entregado sus materias primas, el sudor, la sangre y la vida de sus hijos, para alimentar los sueños coloniales y las ávidas empresas del llamado mundo civilizado.

Todos nos hemos emocionado con la grandiosidad de la gran sabana africana, su fauna, su belleza y la sensible historia de amor, que acompañada de una música memorable, supuso Memorias de África.

Todos hemos idealizado aquellas escenas maravillosas, pero hay otra África, más actual y más real; la que representan películas como "El jardinero fiel", "Diamante de sangre", "Grita libertad" o "El último rey de Escocia".

Tuve ocasión, en la aventura mauritana, de estrechar también, la mano de un sangriento dictador. Mobutu, causó en mi una emoción negra, un personaje abyecto, ejemplo de la desolación africana. Una especie de sueño obscuro más bien cercano a la pesadilla

Porque África, es un inmenso territorio donde millones de seres sufren hambre, sed, violencia y explotación, del que huyen muchos de sus hijos en búsqueda de un mundo mejor, entregan su vida en las aguas del Mediterráneo o los que superan el trayecto, son maltratados, explotados o despreciados en la Europa que en cierto modo, causó su desesperación.

Vi en Marraquech, un grupo de senegaleses apiñados frente a un televisor. Cuando les fotografié, algunos me increparon violentamente, temerosos de cualquier control de sus "sueños de Europa".

Cuando supe que algunos eran de Mbour, les cité a su paisano Bayaty Babou, con quien compartí una consultoría de seguridad alimentaria. Aquello tornó el miedo en sonrisa e incluso quisieron abrazarme. Me despedí de ellos, imaginándoles saltando la valla de Melilla o desafiando el destino Mediterráneo,

Pensé, ironías del destino, que en cierto modo, se repite la historia. Años antes, había visitado la "Casa de los esclavos" en la Isla de Goréa, frente a Dakar, Senegal, donde a través de la "puerta sin retorno", embarcaban mandingas y wolofs encadenados, para ser carne de esclavitud, en las plantaciones de algodón, de los sureños estados de Norteamérica.

Cuando vivía en Nouadhibou (tierra de chacales en hasanía), en la Mauritania de los 70, seguía la estela de los barcos, cuando surcaban el océano, con la producción de mi fábrica, a tierras del sur, de sabana y selva. Y soñaba con entrar en la foresta machete en mano o pasear por sus altas hierbas, con un fusil en mi espalda.

Décadas más tarde, sigo retornando a África y lo hago con otra mirada. Sudo el trabajo que les ayuda en su desarrollo o me gasto lo allí ganado, en viajes de placer, que alimenta en parte y de forma tal vez ficticia, las ilusiones de mi adolescencia.

Cierro a veces los ojos durante el telediario, para no ver las escenas de pobres niños desnutridos y que suponen un aldabonazo en mi conciencia. Confieso que a veces, intento olvidar  y justificarme que nada puedo hacer por evitarlo.

Luego, me dejo permear por las noticias deportivas o cualquier comedia, echando toneladas de novedades sobre la triste realidad del hambre y la miseria.

A veces, acallo los gritos de mi conciencia, con alguna modesta dádiva a ciertas ONGs, - que no es suficiente para ayudar a los necesitados- y tranquilizar mis anestesiados sentimientos en el fondo del baúl de mis recuerdos.

Estos días, programo el próximo viaje a mi continente amado. Esta vez, sueño con un viaje desde Ciudad el Cabo hasta las Cataratas Victoria, recorriendo fantásticos paisajes por Sudáfrica, Namibia y Bostwana.

Las agencias de viaje, proponen avistamiento de ballenas, inmersión en jaula para descargar adrenalina frente a mi gran neura, el tiburón blanco, paseo entre leones marinos, navegación en mokoro por el delta del Okawango, desplazamiento en piragua por sus aguas, viendo hipos y cocodrilos, observación de los "5 grandes" de la fauna africana, safari a pie, a caballo y en elefante por la sabana e incluso vuelo en globo o en avión ultraligero, para "nadar en el aire", emocionarme con la grandiosidad del inmenso continente.

Pero esas posibles visiones; esas vivencias; esa adrenalina segregada a raudales, compartida con otros aprendices de aventureros que banalizan el sagrado continente, sin haber conocido su realidad, no acallarían, antes bien, arrancarían de mi conciencia, gritos de desgarro y pena, por todos los africanos que han sufrido, sufren y sufrirán por ser, hasta el momento, sólo los hijos de un dios menor.





I
Los "5 grandes" de la fauna africana





Casa de los esclavos. Isla de Goréa. Senegal
Casa de los esclavos. Puerta del "no retorno"
El otro África: hambre y moscas

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