domingo, 3 de julio de 2016

Ensueños de amor 5. El jinete kirguís

Corrían malos tiempos en España. Un advenedizo político presumía de tener dinero como para "asar una vaca", pues al parecer, no era un hombre honrado "en grado heroico".

Rocío, su hija, avergonzada, decidió irse del país. Marchó a Rusia y se embarcó en el Transmanchuriano y recorrer así la mítica "Ruta de a seda". Había leído muchas aventuras al respecto y quería vivir la suya propia.

Hacía escalas durante el largo camino y disfrutaba de la vida auténtica que le ofrecían las gentes del lugar.

Una noche, quedó cautivada oyendo a Gosha, un "manaschi", que cantaba poemas épicos acompañado por su "komuz". Él se apercibió de la extraña visitante y la invitó a ver el "Kiz kumai", un aguerrido deporte, en el que dos equipos jugaban una suerte de polo, en el que la pelota era substituida por una cabra muerta.

Rocío aceptó encantada aquella experiencia y marchó con Gosha.

Quedó impresionada por el arrojo y la habilidad de éste montando a caballo. Terminada la partida, sintió el impulso de besar a su reciente amigo, pero él la rechazó.

Era amante de las costumbres de su país, y deseaba besarla por primera vez practicando el Kyz kumar. La mujer debía huir a caballo y ser perseguida por su pretendiente, quien debería alcanzarla y robarle un beso.

Era una vieja tradición que otrora, se sustanciaba con el rapto de la novia o matrimonio por secuestro.

Rocío, montó a caballo y huyó a galope. Gosha la atrapó y la besó con pasión y avidez, llevándola a continuación a su yurta, la típica tienda redonda de los kirguises.

Rasgueó las cuerdas de su komuz, cantó dulces poemas de amor, la besó y acarició las curvas de Rocío.

Se dilataron sus pupilas, sus pechos crecieron de placer y sus caderas iniciaron el vaivén del amor.

Gosha nunca pudo soñar con una graciosa andaluza, ni ella ser poseída por un rústico jinete de las grandes y frías llanuras de Kirguistán.

Estaba conmocionada, por su exótica y sensual experiencia. Decidió compartir su vida con Josha, y darle hijos, que tuvieran su encanto y alegría y también, el arrojo y la rusticidad de Gosha.

Con los años, Gosha cabalgaba con sus hijos, Grisa y Kiril, por las inmensas llanuras kirguises y les enseñaba el arte de la cetrería.

Cada noche, Rocío esperaba a Gosha sobre la piel de un camello bactriano y tras cantar juntos épicas canciones kirguises, se entregaban al frenesí de amarse en libertad. Mientras, su padre penaba en la cárcel el pecado de su ambición.


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