martes, 20 de junio de 2017

Bichos y alimañas

Esta tarde, cuando plantaba unas flores junto al estanque de casa, surgió una culebra viperina o culebra de agua, Natrix maura, bajo la maceta, dándome un pequeño susto por lo inesperado del momento.

Nada de importancia, a estas alturas de mi vida. Si como veterinario, he vivido a lo largo de mi situaciones peligrosas con animales domésticos: revolcones de vacas bravas, caídas de caballo, coces, pisotones, mordeduras aplastamientos, etc., han sido los animales salvajes, de muy diverso tamaño y condición, los que realmente me han asustado

Unos, por aparentar ser peligrosos sin serlo; otros, por serlo y no parecerlo y finalmente, otros que lo son y lo parecen.

Ya he comentado alguna vez, los largos vermes que se enroscaron en mi brazo, cuando ayudé a mi padre en las marismas de Sevilla castrando unas vacas; o cuando se rompió una mangada y nos vimos delante de un toro bravo; o cuando ayudaba al catedrático de Cirugía en la Facultad, a extirpar las garras de un león de circo, al que se le estaba pasando la anestesia.

Pero no han sido los únicos sustos de la vida animal.

En Mauritania, había pedido a un saharahui, que me capturara un bebé de zorro del desierto para domesticarlo. No hablaba español y le dije por señas, que era un animal con grandes orejas. Extrañado, me trajo días más tarde una caja cerrada que me apresuré a abrir, pero me impidió hacerlo. No era un feneco, o zorro del desierto, sino una peligrosa víbora cornuda.

Al extender un camión de tierra en el jardín, limpiaba restos de ramas y raíces y cogí una culebra con las manos sin saberlo. Lo blandito y húmedo no fue precisamente agradable.

Sentado en la cama de mi habitación, en Tegucigalpa, Honduras, una tarántula se paseó por mis blancas sábanas, con el consiguiente respingo

Muchos años más tarde, en una ducha de Guinea Bissau y a pie desnudo, un enorme escorpión negro, estaba en el plato de ducha.

Salí en pleno mes de diciembre por las montañas de Canadá. a dar un paseo por los alrededores de la casa. La nieve estaba virgen y mientras caminaba, iba marcando bien mis huellas, para no perderme a la vuelta. De súbito, cayó una nevada copiosa y volví corriendo hacia la casa. Comprobé con horror que había numerosas huellas entrecruzadas con las mías. Eran de pavos salvajes, zorros y muy probablemente, de algún lobo.

Australia fue con mucho, el sitio donde pasé más riesgo.  Al limpiar una palmera en un jardín, una araña importante, perfectamente mimetizada, pudo haberme atacado. Afortunadamente, no era una viuda negra y solo fue un susto de principiante.

Poco más tarde, descubrí un lagarto de unos 35 cm paseando por encima de mi cama, con el consiguiente sobresalto y una rana arborícola de color verde, como las de San Antón, pero de gran tamaño, me untó su viscosidad, cuando bajaba a oscuras con la mano en el pasamanos de la escalera exterior.

El dueño de la casa, me impidió in extremis coger un sapo, pues al parecer, era muy venenoso.

Lo peor fue tentar a ciegas la tierra en busca del azadón, cuando estaba, también aquí, plantando flores. Una enorme taipán, la serpiente más venenosa del Planeta, según los australianos, reptaba a unos 50 o 60 cm de mí.

Semanas más tarde, tras saber que había aparecido una serpiente venenosa, entre la ropa de un gran almacén de Brisbane, tuve nuevos sobresaltos.

Una serpiente no venenosa, colgaba de una palmera del jardín donde vivía, mientras se comía un opossun. Y otra venenosa serpiente, ésta "brown" y de pequeño tamaño, surgió entre los matorrales que limpiaba para plantar otra vez, más flores.

No es de extrañar, que estuviera sobrecogido y viera riesgos por doquier.

Una noche, antes de cenar, grité alarmado cuando vi un charco de sangre bajo mis piernas. Una sanguijuela enorme, se había desprendido de mi pierna y el anticoagulante que me inyectó, me había producido una buena hemorragia.

Verme rodeado de 6 o 7  dragones de agua que se movían como gorriones buscando mi bocadillo, o el descarado ataque a mi merienda por un pavo salvaje que saltó dos veces a la mesa de mi merendero, tampoco fue especialmente agradable.

En mi reciente viaje a Etiopía, una verde serpiente de medio tamaño, estaba  en la mitad de camino hacia el poblado de los Dassanech, ya cerca de Kenya. Y al mullir la almohada de mi cama, una rata negra, saltó de ella con el consiguiente respingo emocional.

Lo de hoy, con los anteriores antecedentes, no ha dejado de ser una memez, pero un animal reptante, siempre es asqueroso y susceptible de darte un susto y eso, que he sido un hábil cazador de ranas de charcos y pescador manual de peces en las hoyas de los ríos, donde también hay culebras.





 










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