sábado, 18 de noviembre de 2017

El asesino silencioso

Estoy en el mundo y me entero de los peligros que me acechan. Ahora no se trata de dragones de Komodo, de mosquitos tropicales, o de serpientes en la selva, sino de los riesgos que me rondan en casa.

He comido mucha pata de guarro y mucho bocadillo de chorizo picante. Le he hincado el diente a mucho bacalao a la vizcaína y me he relamido con mucha anchoa en aceite. He "nevado" abundantemente mis comidas con sal, gorda o fina, de mar o de mina y finalmente, he constatado que  sabor y salud, no suelen caminar juntos.

Ando mucho por agrestes paisajes de lejanas fronteras y sudo la espalda con el sol del camino, pero no por ejercicio físico vocacional, sino por curiosidad satisfecha.

Cuando vuelvo a casa, embabucho mis pies, me arrecojo en la manta del sofá y me empapo de televisión para recuperar el tiempo perdido.

Me trinco un sobao pasiego con leche de verdad, de esa que te tiñe de blanco colesterol el bigote y aporreo las teclas de mi ordenador, para dejar negro sobre blanco, las desordenadas ideas que bullen en mi cerebro.

Miro el jardín por la ventana, mientras los jóvenes trabajan para pagarme la pensión. Da igual que ría el sol, llueva zumito de nube o el viento desnude mis árboles en otoño. De todas formas, el paisaje es maravilloso y disfruto el privilegio de la vida.

Lo celebro con una cervecita con la justa medida de espuma, como unas regañás de mi tierra del sur y unas "sabrosuras".

Si el tedio me saluda, echo más calorías al estómago, veo el telediario y vuelvo a mi horizontal felicidad.

Me amodorro con una película del oeste; de las antiguas, de indios y vaqueros, donde siempre muere el malo y al final, el bueno se morrea con la buena.

Me tomo dos piscinas de té, uno con leche y otro con limón y me digo cuán dura es la vida de un jubilado "que no se rasca pa no cansarse".

Estaba feliz porque la avería de mi balanza, no le permite, a la muy cerda hundir mi autoestima cantando mi peso.

Pero mi contraparte me había dado un tensiómetro electrónico. Me lo apliqué casi por aburrimiento y una malévola voz cantó traidoras cifras de tensiones. Miré internet y me entró la neura.

Aún estoy bien, pero los fantasmas de todos los cerdos de bellota que dejé sin jamones, parecen conjurarse para amargarme la pensión que le saco al Montoro.

Leo que la hipertensión es un "asesino silencioso" y consulto su prevención y tratamiento.

Debo escoger entre hacer dieta, deporte y comer todo sin sal o... tomar una pastilla diaria, que entre sus efectos colaterales, puede causar problemas de erección.

Hay que ser muy valiente para hacer dieta y no digamos para sudar en un gimnasio y comer siempre con sabor a hospital; pero  tengo vocación de Papuchi y no pienso quedarme fofo de abajo.

                                                     "Antes morir que perder la vida"

Al día siguiente, me he levantado a las 10 de la madrugada, he desayunado tostada con dulces escupitajos de abejas, me he arreado un buen jugo de vaca y me he ido a trotar por las praderas del pueblo.

Al principio, corrí con brío, pero al ver cómo se cansaba mi sombra, empecé a cuestionarme lo de ser un Papuchi.

Si con el calor del verano, las moscas vuelan para abanicarse,  con el frío del otoño los perros no me ladraban para  no coger anginas.

Pensé de nuevo en  el riesgo de fofez de bajos fondos y aceleré el paso.

Llegué a casa, le metí cuchillo al queso y me bebí un gaitero con burbujas de manzana

Terminé de escribir este artículo y seguí disfrutando de mi sexto sábado de la semana. 

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