jueves, 30 de julio de 2015

Entre bichos

Desde bien pequeño, he "disfrutado" de todo tipo de fauna. Los años 50, en Andalucía, eran tiempos de grandes poblaciones de insectos y por ende, de sus predadores naturales.

Las farolas de Sevilla, se llenaban de una ingente masa negra, de millones de mosquitos. 

Miles de grillos "cantaban el insomnio" de las sufridas noches tórridas, húmedas y pegajosas de la canícula veraniega.

 Los vencejos, las golondrinas y los murciélagos, volaban los cielos ahítos por el diario festín de insectos.

Los pilones eran pequeños hábitats de renacuajos, larvas de mosquitos y de libélulas, mientras las sanguijuelas, se movían a latigazos, en busca del incauto que bebiera o metiera sus manos en el agua.

Las ranas croaban felices ante la abundante dieta de las charcas, contrapunto de la escasez que sufríamos tras la postguerra, pues no fue hasta 1952, cuando se suprimió la cartilla de racionamiento.

Las garrapatas acechaban a cualquier mamífero que rozara las altos pastos, para fijarse en su piel, succionando su sangre y transmitiendo la babesiosis.

Los chinchorros en el campo, las chinches y las pulgas, vivían su pequeño paraíso, consecuencia de la falta de higiene, la humedad y el calor, de un país atrasado y con hambre.

La prudencia no aconsejaba levantar piedras en los pedregales de la sierra o de las dehesas, pues eran frecuentes las mordeduras de víboras y las picaduras de escorpiones.

Los lugareños metían piaras de pavos en los infestados campos de alacranes, para aminorar su presencia..

Las culebras del campo agradecían la abundancia de anfibios y proliferaban por doquier. No era extraño, que incluso entraran en las jaulas de pájaros domésticos y se tomaran un plumado postre. 

El paludismo era parte del paisaje y algo había que hacer.

Se desecaron humedales, plantando además sobre ellos, numerosos eucaliptos, que dada su avidez por el agua, contribuyeron al saneamiento del campo.

Llegó el DDT y luego el dieldrin y el aldrín.

Miles de hectáreas de marisma, de hierbas altas, tierras cenagosas y altas temperaturas, fueron tratadas con insecticidas, sin tener en cuenta la contaminación del entorno.

Tras la fumigación con avionetas, cientos de verdes culebras marismeñas, salían a los caminos de tierra, siendo pasto de las ruedas de los vehículos. Recuerdo una tarde, que en menos de una hora de coche, rodamos sobre casi un centenar de ellas.

Algunas veces, se producían accidentes de avionetas por chocar con los tendidos eléctricos o muertes río abajo, de animales que bebían agua contaminada por lavado de envases de insecticidas.

Era preciso invertir la situación, pero la inexperiencia y la escasez de formación, provocó contaminación y notoria pérdida de biodiversidad, concepto entonces, absolutamente desconocido.

Décadas más tarde, aún contenemos en nuestros organismos restos de DDT, pero los campos y las ciudades están más habitables, aunque haya habido un claro descenso de fauna insectívora y se hayan producido desequilibrios ecológicos.

He viajado frecuentemente por países menos desarrollados y he encontrado por doquier los viejos problemas sufridos en mi infancia.

En Mauritania, el problema fundamental, era la gran proliferación de moscas, por las graves carencias de higiene medioambiental. No así de mosquitos, pues la vida en el desierto, no es proclive a su desarrollo larvario. 

Recuerdo que al descansar en la arena del desierto,se mostraba un rico ecosistema de pequeños seres vivientes. Me preguntaba de donde salían tantas moscas, arañas, lagartos y serpientes. 

Una vez, un sudor frío, recorrió mi cuerpo. Estuve muy cerca de ser mordido por una víbora cornuda. De no haber sido por el rápido movimiento de un amigo saharahui, me habría mordido con fatales consecuencias. 

No es de extrañar, que una madrugada, me levantara aterrorizado en mi cama, allá en Nouadhibou. Había sentido una aguda mordedura en el pié y había temido lo peor. En realidad, era Rommel, mi feneco o zorro del desierto, que se había metido en mi cama y jugaba con mis dedos.

Todo un inesperado mundo, para quien pasa de largo, sin observar el paisaje con la quietud del sosiego.

En 1996, estaba sentado en el borde de la cama en un hotel de Tegucigalpa, en Honduras. Noté de reojo una especie de mancha negra que se acercaba por detrás, sobre las albas sábanas. Dí un respingo y enfoqué visualmente el problema. era una gigantesca araña que maté violentamente. Más tarde, busqué y rebusqué por toda la habitación, la presencia de más arañas.

La vida en el desierto, es menos agobiante que en la selva. En aquél, puede haber alguna alimaña bajo la arena, pero la amplitud de los horizontes, te permite ver el peligro a distancia.

No ocurre lo mismo en las sabanas o en las selvas. La altura de la maleza, no te permite ver lo que pulula debajo de tus rodillas. 

En la selva de Sao Tomé é Príncipe, hay dos riesgos a prevenir: la cobra preta y una araña. La picadura de ambas, puede provocar la muerte de la infortunada víctima.

No tengas miedo, me decían. Si no te acercas a ellas, no te atacan. Al parecer, la distancia mínima de seguridad, era de un metro. La cuestión era saber dónde estaban, cuando avanzabas por la selva, con  altos pastos y densos ramajes.

Debo confesar, que la selva es tan atractiva como traicionera.

Vivir en ella, es ser presa de la histeria. Aprendes, por ejemplo, que en la época de lluvia, las alimañas pueden aparecer en sitios no habituales. Es lógico, pues las copiosas lluvias, encharcan las tierras y las serpientes, por ejemplo, salen de su hábitat natural.

Pero no son solo las especies venenosas de mordedura mortal. Son también, los millones de mosquitos, ávidos de sangre, que te llenan de ronchas y te pueden transmitir el virus del chikungunya, la malaria o el dengue, por ejemplo.

Al recorrer la salvaje silvestre región de la Casamance, en el sur de Senegal, recordé lo que me decía André, mi antiguo cocinero de Mauritania. Cada año, varios compatriotas suyos, morían por mordedura de serpiente, mientras faenaban en el campo, machete en mano.

Recuerdo que un día más tarde, llegué a la capital de Guinea Bissau. Ya alojado en una casa junto a un camping, sufrí un gran sobresalto. Un enorme y negro escorpión, estaba en la ducha de la casa. En aquél momento, no me preocupó la escasa limpieza del difusor de la ducha.

 En África, uno se olvida, ¡qué remedio!, de los riesgos de la legionella; eso es para nosotros lo occidentales. Allí, el riesgo, es más inmediato.

En la Isla de la Reunión, el gran bicho, estaba en el mar. 

Años atrás, el campeón del mundo de submarinismo, había escrito un libro titulado "Mi amigo el tiburón" y un amigo suyo, se lo comió. Esta semana, un campeón del mundo de surf, estuvo a punto de ser devorado por un tiburón en Sudáfrica, mientras televisaban su actuación en un campeonato.

En menos de un mes una joven de 18 años y un adolescente de 13 años, fueron atacados y murieron, por tiburones buldog, que llegan hasta la misma orilla del mar e incluso remontan por las desembocaduras de los ríos.

Durante mi estancia en aquella isla, no fui atacado por tiburones, pues sencillamente, no me metí en el mar. 

Sin embargo, fui sometido al tenaz ataque de miles de mosquitos tigre, que parecen equipados con un martillo neumático muy eficaz. Repelentes,insecticidas, telas mosquiteras, chaquetas mosquiteras, daba igual. De lunes a viernes, durante dos semanas, recibía una media de 40 picaduras diarias, con sus correspondientes habones de exasperante picor. Y menos mal, que todo se quedó en la molestia y no sufrí una enfermedad infecciosa.

Más recientemente, en Bosnia, he sufrido numerosas picaduras de mosquitos, pero no eran tigre y al menos las molestias fueron más llevaderas.

A quien pagó conmigo la hipoteca de casa, le encanta madrugar, abrir las ventanas, sentir el aire fresco de la mañana, sentirse renovada y marchar al trabajo.

Esta madrugada. cumplió su ancestral rito, sin dejar puestas las mosquiteras de las ventanas.

Cuando disfrutaba en la cama del placer de la jubilación, sentí varios picores de piel. Un molesto hiiiiiiiii mosquitero, confirmó mis temores y tuve que levantarme de la cama, con desazón.

Para aprovechar el tiempo, fui al jardín, recorrí la senda del goloso, entre los frambuesos y el seto de la casa. Limpié con mi cara las telarañas de la noche, mientras recogía las frambuesas para que ella las comiera en su descanso laboral. Mientras, iba apartando chinches del campo, tijeretas y arañas diversas. Al menos, las abejas aún no habían iniciado su jornada laboral.

¡Qué bonitos es vivir, aunque sea un sinvivir!


Mosquito común
                                                            Mosquito tigre

                              Mi tobillo con picaduras de mosquito tigre en la Isla de la Reunión

Rana Perezzi
                                                           Aves insectívoras
                                                                Murciélago



                                                             Fumigación aérea
Cobra preta
Víbora cornuda
                                                                 Feneco
                                         Rommel, mi zorro del desierto, de bebé y de adulto

Escorpión en Guinea Bissau














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