domingo, 19 de julio de 2015

Mis unidades de medida

En los pasados siglos, de difíciles comunicaciones y de románticos viajes de aventura, predominaban los localismos, como sistemas de vida.

Cada país, o incluso cada región, tenía sus unidades de medida, con las que fijaban el valor de las transacciones comerciales, pedían una bebida, negociaban la dote de un matrimonio, establecían unos impuestos o una servidumbre y tantos hechos más de vida.

Si en Andalucía oía hablar de fanegas de trigo, de superficies agrícolas, expresadas en pies de olivo o de pesos de cerdos en arrobas, en Cantabria, me hablaban de carros de tierra, grandes o pequeños, según la comarca, que venía a ser, la superficie necesaria de prado, para colmar un carro con la hierba segada.

¡Quién no ha oído hablar de millas, leguas, pulgadas, onzas, pintas, celemines, quintales y tantas unidades de medidas más!

Muchas de ellas, han caído en desuso o van camino de ello. Otras, sin embargo, se mantienen como señas de identidad de un país e incluso, permanecen como símbolo de su poderío internacional.

A veces, no se trata tan sólo de unidades de medidas, sino de la forma de expresarse. Por ejemplo, los norteamericanos usan los galones como unidad de medida de volumen y las millas, como unidad de distancia, mientras que nosotros, nos entendemos en litros y en kilómetros. Una tabla de conversión, resuelve bien el problema.

Pero si a un norteamericano le preguntas cuál es el gasto de su coche, te dirá las millas que recorre con un galón de gasolina, mientras que los europeos continentales, expresaremos lo mismo con el nº de litros de gasolina precisos, para recorrer 100 km.

Pensemos ahora en nuestro mundo actual, globalizado y tecnificado, en el que hay unidades de medida para todo, de forma, que facilita el comercio, el transporte y la economía internacional.

Índice de precios del consumo, Producto Interior Bruto, Indice de confianza, y así, cientos de índices, que nos dan idea de la situación de un país, una empresa o una persona jurídica. Cifras que implican las tasas de interés, provocan la depreciación o la revaluación de una divisa nacional, la subida o la bajada de la bolsa, etc.

Ni qué decir tiene, sobre las unidades de medida, para comparar los niveles de vida de cada país. Hay numerosos factores a evaluar: número de teléfonos cada 1.000 habitantes, consumo eléctrico, etc., como identificando así, bienestar y desarrollo económico, con la propiedad de bienes materiales.

De modo, que un norteamericano, con unos altos ingresos económicos, una gran casa, dos vehículos, y una casa de fin de semana, tiene mejor nivel de vida, que un español, con menores ingresos, un apartamento pequeño y un modesto utilitario. Aquél, tendrá a priori, mayor nivel económico y por lo tanto, mayor calidad de vida.

Y así debe ser, en la mentalidad de muchos países desarrollados, en los que solo se vive para trabajar.

Ya casi no puedo ni peinar canas; sé mucho más, por ser viejo que por ser diablo y tengo mis particulares unidades de medida.

Por ejemplo, el precio de un producto a la venta, no lo mido exclusivamente en su valor monetario, sino en las horas de trabajo, precisas para su adquisición. En muchas ocasiones, el sentido común no me aconseja ciertos caprichos innecesarios. Ahora que estoy jubilado y cobro una pensión, pienso en clave laboral de mis hijos y me ocurre algo parecido. Evidentemente, no dejo de vivir, pero relativizo las cosas con cabeza.

Uno ha llegado hasta aquí, siendo un todo terreno, que lo mismo plancha un huevo que fríe una corbata. Como padre de familia, he limpiado traseros de bebés, arreglado persianas, cocinado, encolado una silla, reparado un cortocircuito y cientos de actividades de la vida.

Aprendiz de todo y maestro de nada, he tenido también, mis personales unidades de medida, como la mijita, el pelín, la pizca y el chorrito por ciento. Con ellas, he sido un auténtico chapumán y he resuelto muchos problemas del vivir.

Tengo también mis propios índices personales, para mensurar la calidad de vida de los habitantes del mundo. Es cierto, que entramos en un terreno etéreo y que cada paisano, cree tener la mejor página del catálogo de la felicidad, pues valora lo que le han enseñado.

Yo no mido el desarrollo de un pueblo por lo que tiene, como colectividad o como individualidad. Cuando se posee lo indispensable para vivir, prima mucho más el verbo ser que el tener. Por lo tanto, también aquí, mis índices de medida son muy particulares.

Por ejemplo, un país vive mejor, cuanto más largo es el tiempo entre el sonido de dos sirenas. Porque si en una gran ciudad, suena una ambulancia, un coche de policía o un camión de bomberos cada 5 minutos, sus habitantes, estarán bastante más desquiciados, que los de una bucólica ciudad, en la que una sirena, es un hecho que alarma a toda su población, que vive en armonía con la Naturaleza y su propio organismo.

Aquí conviene decir, que "No es más rico el que más tiene, sin el que menos necesita", o que "Ser el más rico del cementerio, es mal negocio"

Otros índices de medida de bienestar, podrían ser las horas de sueño diario, el tiempo de vida en familia, el grado de interrelación entre ciudadanos, ..., en definitiva, la auténtica calidad de vida.

En fin, consideraciones de viejo, que ha revisado su escala de valores y se esfuerza en mostrar a los jóvenes, algo de sabiduría de la vida. Porque las nuevas generaciones, dominan las comunicaciones, pero no saben comunicarse; tienen caros relojes, pero no tienen tiempo; han viajado mucho, pero no han ido a ninguna parte.

Porque viajar, no es correr de un lado a otro como pollo sin cabeza, ver los puntos especiales de nuestro Planeta y visitar el lujo de hoteles impersonales, sin entrar en el corazón de los lugareños.

Viajar, es meterte en el hogar de los nativos, compartir sus vivencias, comprender sus escalas de valores y ser uno de ellos durante un tiempo. Solo así, podrás realmente "leer" sus vidas y pensamientos y aprender de verdad. Porque debemos leer, no solo textos escritos, sino las sombras, los colores, las rugosidades del terreno, los cementerios, las diversiones, las angustias y las ansiedades de un pueblo.

En el aprendizaje de la vida, debemos tener nuestras propias unidades personales de medida.









































No hay comentarios:

Publicar un comentario