jueves, 30 de julio de 2015

Mi viaje a la muerte

Reposaba en las tibias aguas de la bañera. 

Me parecía flotar en el seno materno. 

Sentía un gran bienestar, en la desnudez de mi libertad y de mi intimidad.

Por un momento, me transporté a la madrugada de mi nacimiento, cuando inicié mi viaje a la vida .... y a la muerte.

Paseé mi niñez por los paisajes de Sevilla, la ciudad de mi querencia, ya tan lejana y abandonada por mí.

Llegué a la adolescencia y acumulé vivencias, ilusiones, decepciones y cicatrices.

Alcancé la plenitud de mis 25 años y empezó el declinar de mis capacidades, como arde lentamente el papel, oxidándose, tornándose amarillento, sin llama, e imparable hacia su final.

Cabalgué por las verdes praderas de la vida, subí pletórico las montañas, sentí deslizarse la arena bajo mis pisadas de desierto y el calor del sol, la humedad y el frío del invierno en mi piel

Reí y reí mucho. 

Pero también lloré por miedo real, desesperanza y desamor.

Puse en riesgo mi vida, de forma involuntaria, aunque con un apunte de inconsciencia juvenil.

Fundé una familia, bajo la tormenta de la vida y entregué en ello mi afán y mi pasión.

Me alejaba de mi nacimiento en cada paso y cada día. 

Caminaba al futuro pisando el presente, como quien busca el inalcanzable arco iris del horizonte, para tocarlo con las manos.

Y mientras miraba al infinito, sufría torceduras, cicatrices de piel y de sentimientos, desgastes de amor y carencias de ilusiones soñadas.

Perdí en parte el sabor de las cosas pequeñas y de las emociones de los grandes momentos.

No siempre pude disfrutar de los 5 sentidos de la vida, ni siempre supe ver el Sentido de la vida escrito en mayúsculas.

Parecía que mi brújula había perdido el norte y erraba sin dirección determinada por la vaguedad del mundo.

Solo una inercia, de responsabilidad paterna y de sudor de comida.

Lloraron muchas nubes, calentaron muchos soles y viajaron muchas maletas.

Los hijos marcharon y con ellos, las exigencias de la vida diaria y las risas del camino.

Me eché la mochila al hombro y castigué los pies.

Vi muchos paisajes, abracé mucha gente y sentí muchas mejillas.

Cada etapa, dejaba algo de sentimiento y un día menos de vida.

Porque no te engañes,

"La salud es un estado fisiológico, que no augura nada bueno"


Caminaba por la necesidad de marchar, de ir a no sé dónde o tal vez, por dar la espalda al pasado, como la mariposa, que pierde las escamas de sus alas, a quemarse en la luz del sol, en busca de su final.

Consciente de mi personal canto del cisne y sabiendo que ya he vivido lo mejor de mi camino, he desafiado un desierto de sol implacable y amenazantes cuchillos de intolerancia; me he acercado al fuego de un volcán en erupción, oyendo sus estruendos, oliendo su azufre y subyugado por las caprichosas lenguas de fuego.

Tengo miedo a la muerte. ¡Cómo no tenerlo! Pero más temo la muerte en vida, 

Camino a la muerte, como todos. Pero lo hago con el pecho abierto, ligero de equipaje, aunque con el pesado lastre de la historia. Como todos.

Mientras, hago un Carpe Diem, viviendo cada momento, sorbiendo cada néctar del camino, cerrando los ojos de sentimiento, ante un abrazo sincero y hermoso, despojado de la ambición pasada, perdonando a mis ofensores en espera de la reciprocidad; pero sin olvidar las afrentas, ni  desear retornar a viejas y olvidadas encrucijadas.

Busco una sonrisa,un abrazo franco y una mirada hermosa y solidaria.

Y mientras, sigo mi viaje a la muerte, para al  entregar mi vida, hacer un "Pablo Neruda", cuando dijo "Padre, confieso que he vivido"

Y cuando eso ocurra, cuando se cumpla lo que dijo Einstein, de que la energía no se destruye, sino que se transforma, no sé que será ni de mi cuerpo ni de mi alma.

Tal vez, incinerado y depositadas mis cenizas junto a los restos de mis seres queridos o liberadas a las espumas del río en su último viaje al mar o tal vez, lo más deseable, enterradas en un lugar hermoso, al pié de un gran árbol, para vivir en sus raíces y dar esplendor a sus hojas en cada primavera.

 














  

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