domingo, 25 de octubre de 2015

Australia. Capítulo 4. El viejo, el chucho y el caballo

Vencido por el sopor, la tablet cayó sobre mi cara. La aparté, me giré y dormí la noche. Eran las 21 horas y estaba algo perjudicado, por la sangría española, hecha en Australia con un vino aussi.

Darrel, el bebedor de cerveza, se pasó a la alegría del tinto con frutas y mantuvimos una animada conversación no exenta de intuiciones de idioma.

Eran las 5 de la madrugada; las desconocidas aves del lugar, comenzaron su bullicio de primavera. A pesar de mis carencias localistas, sabía interpretar los rituales de amores de primavera.

Estas aves, bastante grandes, parecen hablar con el pico.

Si la onomatopeya de un gallo no es la misma en inglés, en francés y en español, quiere decir que el tema no está aclarado y que es interpretable.

En lo que a mí se refiere, yo oía, chiguí, chiguí; tiá, tiá; quememeo, queteveo; y una serie de sonidos, como si una maestra regañara a sus alumnos o una pareja, planteara sus posiciones de fuerza.

Ví los mensajes de teléfono, alguna foto significativa y a un "aestaesvamosmiguel", di un salto, me bebí un zumito de vaca, comí algo con solidez y me bajé al jardín.

Eran las 6 de la mañana, el sol iluminaba sin calentar y tenía por delante 2 fecundas horas sin sensación de estar a la parrilla, como le ocurrió a San Lorenzo.

Malas hierbas fuera; ramas secas de palmera fuera; perros pastores fuera y en esto que llegó el calor.

Un refresco me rehabilitó físicamente.

Cogí a Azteca del ronzal. Un caballo alazán de 25 años, ya en su vejez.

Abrí la puerta, le saqué a la carretera y le conduje a pie por los senderos de hierba. Retozó y me pareció verle agradecido. Era su momento de gloria diaria en vigilada libertad.

Íbamos ambos a pié, sintiendo el blando verde del camino. Un tiquitiqui reiterado, me llevó los ojos a la arboleda y casi sin darme cuenta, un chucho de una casa vecina, vino a vernos con intenciones de curiosa compañía.

El chucho, Azteca y yo, formábamos un trío imperfecto; uno por feo y dos por viejos.

Sólo faltaba que se añadiera algún gato en aquél arca de Noé sin arca.

Al final del camino de vuelta, cuando se terminó, lo del que te llevo que te traigo, el chucho se fue con sus pulgas a su casa, azteca al establo y yo a la casa.

Sigo bajo el punto rojo, enfilando la última semana de tierra roja de eucaliptus, escuela sin niños, casas sin personas y una rana curiosa, que disfruta de un desagüe de las aguas pluviales, como su ideal apartamento.

El viejo, cansado y viejo, torna a la cama, en un hábito que denomino el "salto del cura"; algo así, como madrugar, decir misa y volver a la cama en profunda meditación.

Un día más y un día menos. que cada cual sea optimista o pesimista.

"The Frog Paradise" *****


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