lunes, 2 de noviembre de 2015

Australia. Capítulo 13. Coffs Harbour

Wilson, Kate y yo, abandonamos Brisbane con el primer calor del día. Teníamos 405 km de ruta al sur, hasta Coffs Harbour, un paraíso verde de gran atracción turística.

La excelente carretera, muy transitada, fue perdiendo intensidad de tráfico, anchura y calidad. Las obras de ampliación de la carretera, dificultaron el viaje.

Por lo que llevo visto, este gran país, escasamente poblado, tiene aún muchas grandes infraestructuras pendientes, para llegar al nivel del viejo continente europeo.

En las carreteras del interior, donde la circulación es muy baja, los puentes, sin protección lateral y los largos caminos, asfaltados o no, son estrechos y solo permiten un sentido de marcha.

Cuando se encuentran dos vehículos que circulan en sentido contrario, deben orillarse.
Cuestión de racionalizar los recursos, en un vasto territorio, cuya inmensidad se constata cuando pones pie a tierra en este país continente.

Las comunicaciones por tren, son escasas y lentas. Los trenes son buenos, pero paran en muchas pequeñas estaciones, donde el movimiento de pasajeros es mínimo.  

Paramos en una granja que daba comidas. Estaba cerca de una gran plantación de caña de azúcar, donde suele haber roedores y por tanto reptiles. Un pictograma, avisaba claramente, del riesgo de mordeduras de serpientes.

El abundante público, desaconsejó perder tiempo y continuamos el camino. Intentamos de nuevo, comer en Byron Bay, pero encontramos el mismo problema y volvimos a desistir.

Wilson y yo, ambos medio sordos, manteníamos una conversación casi imposible, pues al defecto físico, había que añadir casi el desconocimiento del idioma opuesto.

No es de extrañar, que le preguntara si "Australia expot sugar" y él oyera si "Australia sport sugar ", sin comprender mi cuestión.

Finalmente, paramos en una iglesia, reconvertida en restaurante. Los confesionarios servían de bodega y en la zona del altar mayor, vendían objetos de artesanía.

Comimos un bocadillo de carne de cerdo con lombarda cruda y canela. No estaba mal y como no había podido desayunar, me pareció un lunch muy masticable. Como bebida, tomé un té con leche.
Realmente, una combinación gastronómica muy novedosa para un mediterráneo

Recordé la aventura de unos años antes, cuando me dieron en Michigan, un sándwich de palomitas de maíz, con salsa de frambuesa.

Es lo que tiene ver el mundo y conocer otras culturas.
Suspiré y me subí al coche para continuar el viaje.

La carretera anunciaba la posibilidad de atropellar koalas, pero estos no se dejaron ver. Tampoco vi canguros, aunque tengo el convencimiento de que pronto los volveré a avistar.

Ya cerca de nuestro destino, nos adentramos en la pequeña ciudad de Grafton. Tenía una casas muy antiguas, de estilo tradicional australiano. Algunas avenidas, estaban jalonadas en sendos lados, por enormes y floridas jacarandas, de origen sudamericano.

Estaban en su esplendor primaveral y despedían un suave y agradable perfume. Eran algo así como el "momento amarillo" de nuestras mimosas, pero en versión azul

Pensé en los floridos árboles que he visto a lo largo de mi vida y recordé el rojo flamboyant de origen africano y que también tiñe de color el este australiano.  No olvidé los cerezos ornamentales de origen japonés, ni las blancas flores del cornejo norteamericano.

Vimos la "Big banana", un monumento dedicado a tal fruto, pues era una zona muy platanera. Lo pongo en pasado, porque ahora se está reconvirtiendo aceleradamente el sector primario, a la producción de arándanos.

Pasamos por un puente no especialmente bonito, pero muy antiguo, sobre el imponente río Clarence, para enfilar hacia la casa de destino, en la ladera de una verde montaña.

Por fin vi el antiguo vehículo Jaguar que Wilson había recuperado paciente y eficazmente. Era una preciosidad y desde luego, un capricho para cualquier coleccionista.

A la entrada de la casa, unos arbustos de gardenia, ofrecían un aroma embriagador.

La cena fue exquisita: salmón de Tasmania, al horno, con ajo, limón y alcaparras, acompañado por gallego vino de "Albariño".

Conozco el salmón del Atlántico Norte, proveniente de Escocia y Noruega, así como el de nuestros ríos cántabros. En Canadá, tuve ocasión de comer un magnífico salmón del Pacífico, de carne muy roja, procedente de la Columbia Británica. Este, es más parecido al que comemos en Europa

Al atardecer, un sonido atronador, llenó de vida el momento. Miles de cicadas o chicharras, hacían un ruido inmenso, que casi metía miedo. Los murciélagos, volaban el cielo en busca de su cena.

Cerrada la noche, el ensordecedor ruido cesó y yo me hundí en la cama, entre mullidas almohadas de suave tacto.



                                           Mimosa                                  Flamboyant
                                        Cornejo                                  Cerezo ornamental
The Big Banana
                                                                 Cicada



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