lunes, 9 de noviembre de 2015

Australia. Capítulo 20. Amantis y dragones

Iba a entregarme al frenesí de la escritura, antes de olvidar la inspiración de la noche.

Había disfrutado del ambiente de un peculiar  establecimiento de tueste, envasado y degustación  de café.

Había trabajado duro, para eliminar la maraña vegetal, casi selvática, que rodeaba a las palmeras junto a la piscina.

La serpiente pitón, tendrá más dificultades de darnos otro susto como el que proporcionó en su momento.

Había mantenido una interesante conversación con mis amigos australianos, sobre la masonería, a raíz de un cartel existente cerca de su casa.

Y finalmente, había despedido el día, con las añagazas de Zimba y Zan, los perros rodesianos que tanto me agradan.

Pero la mañana venía con otras intenciones.

El túnel del tiempo, me trasladó al pasado, a décadas atrás, de juventud, recuerdos y sentimientos olvidados.

Sorprendido, emocionado y curioso, recordé la historia vivida de las ilusiones soñadas y fuí feliz.

El sol venía de la Polinesia francesa, de Samoa, de Vuanatu y de Nueva Zelanda.

Era tórrido, valiente y hermoso.

Le dijo a las nubes que lloraran en otra parte, asustó a la bruma y la luna, se llevó la plata para Occidente.

Dejé el cuidado de las gardenias para otro momento y me fui a Coffs con Kate.

Disfruté de los colores del mercado y miré la carne de canguro para la barbacoa.

Comimos un lunch junto a un manglar, ya cerca del mar y en un momento dado, un water dragón, emergió del agua, entró en la terraza y me acerqué aél con cautela

Dotado quizás con habilidad para acercarme a la fauna salvaje y sin especial miedo, tras haber pasado por peores trances reptantes, acerqué mi mano para medir su paciencia.

Un amago de defensa, me hizo retroceder a la distancia prudente.
Su fría mirada de lagarto, me había convencido.

El bueno de Wilson, me pidió ayuda para podar las palmeras kentiax de la piscina.
Subido en una larga escalera y equipado con una larga pértiga, cortó las piñas de dátiles.

La profusa caída de dátiles, tan pequeños, como abundantes, redondos e incomestibles,
semejaba una especie de piñata, o peor aún, algo parecido a un pedrizo datilero, que soportábamos con buen humor.

Algo se pegó en mi pecho y lo aparté sobresaltado. Tras la sorpresa, vi que era una gran Santa Teresa o Amantis religiosa, que evidentemente, no deseaba tener como amantis.

Tras la satisfacción de un día feliz, compartí una nueva velada con mis amigos.
  




















 























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