jueves, 18 de junio de 2015

Caminos perdidos

Quienes me conocen, saben de mi pasión por los viajes, especialmente, por el continente africano. 

Saben que he vivido en ese continente y que no desaprovecho una ocasión para visitarlo y si es posible, vivir en él, parte de mis calendarios.

La experiencia me dice que España es un magnífico país donde se vive maravillosamente.  Porque es verdad y también, porque coincide con el estilo de vida, que ha impregnado mi alma.

Pero tengo en mi ADN, el gusanillo de los viajes, el exotismo y la aventura. 

Es como si mi sangre sintiera la llamada de mis ancestros, pues como español, soy un gazpacho racial, de celtas, iberos, fenicios, romanos, cartagineses, judíos, árabes y toda clase de pueblos que ha raceado mi querida piel de toro.

Conozco una treintena de países y la gente que lo sabe, piensa que me basta agarrar la maleta y buscar nuevos horizontes, con otros colores y otros sonidos.

Pocos saben, sin embargo, cuántos sueños fallidos he tenido. Algunos de ellos, afortunadamente.

Cuando estudiaba un máster en Francia, conocí a una hermosa malaya. Era culta, delicada y femenina. Poco faltó para que acabara mi vida lejos de España y para siempre.

Mis padres la conocieron en un viaje y habrían comprendido mi decisión, aunque temieran semejante cambio de vida. Tenía 24 años, mi corazón reventaba de ilusión y mi mente volaba demasiado alto y lejos, en un mundo ajeno, a las comunicaciones actuales.

Lin, fue un sueño perdido, pues mi destino ya estaba escrito.

Me esperaba, sin saberlo, la mujer de mi vida, que en aquél momento, solo tenía 14 años y crecía en las verdes montañas de Cantabria. Años más tarde, la dediqué el artículo: "Algún día te querré", sin saber aún quién era.

Ya había retornado de Mauritania; estaba al calor de la familia, en mi Sevilla del alma, pero mi mente volaba a las dunas del desierto, a los espacios abiertos y a la libertad.

Supe por azar, que una compañía portuguesa, explotaba en Angola una mina de diamantes y que también tenía 25,000 cabezas de ganado para el procesado de carne. Necesitaban un veterinario y me puse en contacto con un responsable de la empresa, cuyo apellido era del Valle, como yo mismo.

Debía salir para Lisboa, donde tendría una entrevista el 26 de abril de 1974. Tenía hecha la maleta, cargada de poca ropa y mucha ilusión personal.

Pero una preciosa y prohibida canción, Grandola, Vila Morena, sonó en todas las emisoras de radio portuguesas y el pueblo llano, colocó claveles en los fusiles de los soldados.

Acababa de triunfar la Revolución de los claveles, que puso fin a la dictadura portuguesa de Oliveira Salazar e inició la descolonización de sus posesiones africanas, Angola entre ellas.

Portugal perdió sus colonias, su economía se derrumbó, los claveles se desdibujaron y mi sueño africano, sufrió un revés. Fue un camino cortado.

Me ofrecieron entonces, ser profesor de bromatología en Argelia. Una empresa, con intereses en aquel país, tenía el compromiso de seleccionar jóvenes profesionales, que cubrieran las necesidades de una Argelia independieente

Algo me hizo desconfiar y rehusé la tentadora oferta. Años más tarde, tuve noticias de aquello. Un colega me contó que cuando llegaron, les retiraron el pasaporte para que no pudieran volverse; no respetaron las condiciones de contrato y ni siquiera les permitieron volver a casa, por vacaciones o para asistir al entierro de algún familiar.   

Mientras tanto, había ganado una oposición de funcionario público. Franco había muerto y los marroquíes, iniciaron la "Marcha verde" hacia el Sahara español.

Firmada la cesión de la administración del territorio al Reino de Marruecos, el Ministerio de la Gobernación español, me propuso como técnico para hacer un inventario ganadero del Sahara, para su entrega a Marruecos.

Debía estar dos meses con las tropas españolas y otros dos con las tropas marroquíes. Me cegó mi pasión africana y acepté el envite. Debía marchar en 72 horas, pero el "pressing" familiar evitó que consumara aquella temeraria aventura.

Más tarde, fui nombrado Delegado Territorial del Ministerio de Sanidad y Seguridad Social en Melilla. Era un cargo político, por lo cual, no podía permitirme veleidad alguna que pudiera leventar suspicacias.

Me ofrecieron ir como asesor, en una misión del PCE al Mozambique de Samora Machel, el líder del FRELIMO, que había instaurado un régimen comunista tras la alcanzada independencia nacional. 

Aquella no era mi ideología y tampoco debía aceptar la oferta, con motivo de mi cargo. Antepuse la razón al corazón africano y yo mismo, cegué el camino de la aventura.

En los años 80, siendo padre de familia, todavía pensé en la aventura de Sudáfrica. Afortunadamente, la responsabilidad y una mujer con los pies en la tierra, anclaron el globo de las ilusiones etéreas de viajar al sur.

Años más tarde, tuve la suerte de recorrer profesionalmente o por turismo, países como Senegal, Gambia, Guinea Bissau, Marruecos y Sao Tomé é Príncipe.

Recientemente, el ébola me cerró un camino hacia Mali, Sierra Leona y Guinea Conakry.

Cuando todo parecía que mi maleta viajaría poco por África, ayer se abría una difusa expectativa en la peligrosa Nigeria y algo más consistente en la prometedora Angola.

La vida da muchas vueltas. Si hace 42 años, pude vivir y trabajar en Angola, un nuevo viento, me avisa de un posible tiempo en Luanda.

Mi físico ya no es el mismo, pero mi corazón aún me transporta a un sur diferente; a un África  convulsa, menos ancestral, pero igual de salvaje, donde violencia, exotismo y desarrollo, siguen bailando entre la vida y la muerte.

En el ocaso de mi vida profesional, miro con nostalgia, fotos africanas al ocaso del sol.

Me queda la nostalgia, mientras que espero que los nuevos africanos, encuentren el camino de la paz, el progreso y la prosperidad, que la historia le ha negado hasta ahora








































   


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