lunes, 8 de junio de 2015

Sevilla sigue allí

El 5 de junio quedará en mi memoria como un día especial. Era la media mañana, cuando mi 2º nieto, abandonó su navegación placentaria. Le oí llorar por teléfono, con la potencia de un tenor.

Era niño y había nacido en el siglo de las mujeres.

Yo estaba en Triana y hacía “musha caló". 

Compré el periódico del día y me senté en una terraza, con una caña bien fría y una  tapa de caracoles del sur.

Mientras sorbía los pequeños cornúos pa sacarlos de la cáscara, me relamía en su picante sabor sevillano.

 Estaba sudoroso y me eché una agüita fresca. 

Ya por la noche, cuando Lorenzo iluminaba las tierras de Colón y se levantaba una salvadora brisa me fui por las calles de Sevilla. 

Pasé el río Guadalquivir, mientras las verdes luces de Rio Grande se reflejaban sobre las aguas. En la orilla contraria me esperaba la Torre del Oro, iluminada como si lo fuera. 

Seguí camino recordando los viejos tiempos de Sevilla y subí a la terraza del Hotel EME. Me abrí camino entre los aromas de una chimenea cartujana.

Allí estaba ella, radiante, hermosa, serena, magnífica y dorada, la torre que marca personalidad, nos transporta al pasado y se yergue desafiante al cielo, esa misma, la Giralda. 

Su majestuosidad me embriagó y me envolvió en mis recuerdos y me emocionó y me hizo llorar pá dentro; sentí su fuerza y me dio paz.

Dos cervezas, una cola de toro, unas croquetas de queso de cabra con frutas del bosque, la recoleta placita de Santa Marta, el sonido de mis propios pasos y la vuelta a casa, pisando los Remedios...

Por los mismos alberos por los que otrora rodaban mis canicas con los juegos del caminito, el triángulo o el hoyo. 

Por los mismos empedrados por los que jugaba a piola, rodaba la pelota o bailaba la peonza. 

Por las mismas aceras por las que tocaba los timbres de las casas y salía corriendo.

Fui feliz. Pensé que el mundo gira y debo vivirlo.

Caí derrotado de emociones, hasta que Lorenzo me despertó, tras venir de Oriente.

Me tomé las tostadas de aceite con azuquita y me bebí un zumo de vaca.

Me eché una agüita de Sevilla para limpiarme el sudor y me puse a escribir un momento de inspiración.

Antes de volver al Norte, di un abrazo a mis amigos y me traje de allá, un beso, con sabor a menta y canela.

Sevilla sigue allí y siempre seguirá; allí y en mi corazón también.









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