domingo, 7 de junio de 2015

La vida sigue

Los partidos políticos tienen carnaza. Se ha desatado la jauría; se muerden entre ellos por los casos de corrupción; parecen autistas cuando ven su podredumbre en el espejo de la verdad y se les agudiza el ingenio para desprestigiar los lobos de la competencia electoral.

Han estado robando durante años desde casi todas las instituciones de España y lo han hecho a ambas manos, mientras se les llenaba la boca con la palabra democracia.

En el fondo, ha habido una complicidad por exceso y por defecto, por lo que todos son culpables.

Tampoco está ausente de culpa el electorado, bien por falta de preparación, por ausencia de criterio, por negligencia, o por aspirar a llevarse las migajas desde el ámbito personal de cada cual.

Lo cierto es que el pueblo está decepcionado por unos políticos traidores a los principios éticos y se cuestiona si lo que padecemos es una democracia real.

Es precisa una regeneración de la clase política, antes de que pueda pensarse en otras fórmulas del pasado, pero difícilmente, pueden hacerlo los mismos que pastan en las praderas de la corrupción.

La historia nos ha enseñado, que tras un largo periodo de acomodamiento, flaccidez moral, intereses creados, hipersensibilidad al dolor, incapacidad de sacrificio, cobardía moral y falta de espíritu de lucha y superación, la sociedad afectada, es sometida por una nueva horda humana, más sedienta, aguerrida, austera y viva.

Pero la caída de los imperios, de las naciones o de las civilizaciones, no es de la luna al sol; de la noche al día, ni tan siquiera de las estaciones, anualidades o décadas.

Es un lento cocimiento social que se inicia en imperceptibles dosis de debilidades humanas, desidias colectivas, falta de vida en libertad al sol y a los vientos, de selección natural por competitividad y sobre todo, por la justificación de las faltas de ética.

Podemos aminorar ese cocimiento social, con un orden democrático real; con una disciplina individual y colectiva, no forzosamente impuesta, sino surgida de una ambición y un orgullo común, del que lamentablemente no hacemos gala.

Nos sobra grasa y nos falta músculo; nuestra blandengue nación, lo justifica casi todo y permite que la corrupción permee todas las capas de la sociedad en la que el tú más y si yo pudiera, haría igual, se repiten con demasiada frecuencia.

La historia se repite; nuestra decadencia nos hace fácil presa en un mundo competitivo que sigue las leyes de la Naturaleza y mientras, la vida sigue: “éxito tras éxito, hasta la derrota final”

Medito sobre las contradicciones de España y esperando la hora de marchar, a pie desnudo, a mente abierta, sobre la dulce arena de la playa, a murmullos de olas; a graznidos de gaviotas; a brisas húmedas; a olor de iodo y sal. 

Sí, la vida sigue.


 




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