miércoles, 3 de junio de 2015

Manuela

Cada vez que salía en coche, me iba con Manuela.

Me tenía un afecto especial y nunca me abandonaba. 

Nada me pidió, nunca se quejó y siempre trabajó con tesón y eficacia.

Era "muy patosa", silenciosa y trabajadora; una artista tejiendo.

Si deshacía su trabajo, no se inmutaba y en poco tiempo ponía todo en orden.

Manuela, era una araña. Vivía en mi espejo retrovisor. Empezó como "ocupa" y terminó por adueñarse del recinto.

Una vez, una amiga suya, se ubicó en el retrovisor del copiloto. Tenía más suerte, pues no alcanzaba a deshacer su telaraña y cuando me bajaba del coche, me olvidaba  hacerlo.

Pero mi sentido de la hospitalidad se agotó cuando una araña, hizo  rapel desde el parasol del conductor, hasta mis pantalones.

Ya en casa, me armé de acaricida  y practiqué un violento desahucio, con resultado de muerte.

Al poco tiempo, otra araña ocupó su lugar, por lo que jugamos desde entonces, al juego de tejer y destejer, como Penélope.

Son cosas que pasan, cuando uno vive en el campo. 

Un día visita tu parcela un zorro, otro, un caracol se sube al coche y te deja su baboso rastro o un pájaro se caga en la luna delantera, siempre, a la altura de los ojos.

A veces, los agricultores, abonan con estiércol los campos, con el "espurreamierdas". Te invade un hediondo olor que en casa llamamos "colonia de campo"  

Son las delicias de la bucólica vida rural y  a pesar de ello, no la cambio por el asfalto de la ciudad.




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