sábado, 10 de enero de 2015

Amanece

Silencio total, primeros rayos de luz, sábanas calientes bajo mullido edredón, un ojo semi-abierto y otro semi-cerrado. Veo mensajes de otros husos horarios y repaso mentalmente las tareas del día.
No hice la decoración navideña exterior, pero recogí miles de hojas apelmazadas entre sí por la amalgama de la escarcha. La nieve viajó al mar, no hace excesivo frío, pero unos minúsculos copos de nieve, vuelan como un plumón caprichoso besando el aire. Depositadas las hojas color tabaco en el compost, regresé a la casa y en el afán de la foto conmemorativa, descuidé la pierna izquierda y un chafft seguido de un molesto olor y un agg, confirmaron una pisada de perruna mierda. La izquierda manchada, la cadera derecha algo perjudicada y el pulgar de la mano izquierda, mordido por un cuchillo asesino... Sin embargo, estaba feliz ya por la mañana.
La pobre Rachel, me encargó la limpieza del taller cerámico. Debía pasar la aspiradora, correr las estanterías cargadas de piezas en elaboración y lavar el suelo. ¡Qué peligro! Se empeñó en mostrarme cómo funcionaba una fregona, sin saber que se trata de un viejo invento español, tan importante como el chupa chup. Todo quedó perfecto y lo que es más importante, sin un solo crash clinc clonc, en semejante lugar.
Tan confiada estaba, que me encargó la misión de remodelar el salón de exposición cerámica de su casa. Nuevo peligro de muerte, que supe conjurar con destreza, estilo y dedicación, si bien algún ruidillo la alarmó momentáneamente y acabé agotado por la tensión.
A la tarde, montamos un árbol de Navidad de madera, a la entrada de una antigua iglesia anglicana. Al parecer, la falta de clientela religiosa, determinó su conversión en centro cultural, donde mañana, Rachel dará una rueda de prensa sobre una feria artesanal que organiza.
Tras el montaje, la invité a un rico chocolate en un museo sobre este precioso alimento y emprendimos el retorno a casa. Las pistas de nieve estaban iluminadas y mi corazón se iluminó por el paisaje. Las fotos no le hacen justicia, pero valen de testimonio y de recuerdo.
El estómago permanece al acecho, esperando la oportunidad de calmar su impaciencia y avidez. Oigo trabajar a los cuchillos y pienso que con algo de suerte, me entregaré relajado al sosiego, frente a la TV de plasma, en su canal de historia, continuando así lo visto ayer sobre el Vaticano.
Pero aún me queda un trabajo. Mi amiga Rachel, debe ensayar y dramatizar la puesta en escena de mañana. Me toca escucharla, asesorarla e incluso transmitirle la seguridad necesaria.
La insalivación ha comenzado, como en el experimento del perro de Paulov, los vapores culinarios anuncian alegría en la mejor comida del día, con música de fondo, velitas encendidas y un todo el mundo es bueno, en un ambiente de afecto y relajación.
Mientras la encantadora Maxine llena la sala con su preciosa voz, juventud y feminidad, busco el testimonio gráfico para este artículo.

Sí, soy Monsieur Del, el viejo funcionario reconvertido nuevamente en aventurero, con la mente, dispuesta a adaptarse, a las actividades, vicisitudes, contratiempos, olores, sabores, y colores que el mundo me ofrezca. Porque antes que vegetar con sofá y plasma, prefiero buscar oxígeno, seguir la espuma del mar, dejarme llevar como una hoja en el viento y ver nuevas miradas. Y cuando llegue el momento, si es menester, afrontaré un entierro vikingo, allá donde la tierra decida abrazarme.








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