domingo, 11 de enero de 2015

Epílogo de mi viaje a Rusia


Mi viaje ha sido una actividad programada gracias a la organización internacional cuyo objetivo es poner en contacto gente con necesidad de ayuda o con ganas de conocer nuevas gentes y nuevas culturas, con personas que desean ayudar, hacer turismo y tener experiencias humanas.
En mi caso, ser helper, es una forma de seguir vivo tras mi jubilación; de no resignarme a esperar la muerte tirado en el sofá; de tener contactos humanos con seres de distintos países y condición social, en definitiva, de aprovechar hasta el último día de mi vida útil, para participar del maravilloso don de la vida y de la aventura humana.
Anteriormente, estuve en Canadá, donde ayudé a una reconocida ceramista local, fui asistente de una familia autosuficiente cuya principal actividad es la fabricación de maple y de una familia que produce lanas de lujo, a partir de sus propias llamas, alpacas y cabras cachemir.
Cuando viajo por el mundo a través de las páginas la organización, busco familias acogedoras que me ofrezcan la posibilidad de ejercer actividades enriquecedoras de mi vida y me proporcionen una aventura asumible y acorde con mis capacidades y limitaciones.
No importan las ideas políticas ni los credos religiosos; no me guían las estancias de lujo, ni tampoco me seducen las condiciones penosas de vida. Si me importa impregnarme de nuevas escalas de valores, de zambullirme en las emociones humanas; en sentirme útil y ser y hacer feliz a la gente que me acoge. Valoro pues enormemente, la buena predisposición de las posibles familias acogedoras y ello, lo hago con una mezcla de experiencia de vida, sagacidad, prudencia e intuición.
El viaje a la casa de Veronyka Basilyeva, en Barakaevskayja, una aldea cosaca sita en el sur de Rusia y concretamente, en la Región del Krasnodar, lo he realizado tras numerosos intercambios de mensajes y tras comprobar que la familia estaba ilusionada con mi visita. Debo señalar, que conocía previamente las condiciones precarias de la familia acogedora y de que el camino no iba a ser fácil.
La Rusia actual, ya no es lo que era en tiempos de la URSS, pero conserva muchos tics antidemocráticos y burocráticos de la pasada época. De esta forma, hube de pasar un largo proceso, antes de conseguir la entrada en el país, hasta el punto de que tuve que hacer un "jerebeque" para conseguir un visado de entrada que parecía imposible.
Estuve a punto de abandonar el proyecto. Sin embargo, la ilusión de acogida que tenía Veronyka y el compromiso previamente adquirido por mí, fueron determinantes.
Tenía miedo, porque el viaje de un viejo de 67 años por tierras lejanas, desconocidas y potencialmente adversas, que además sortea la burocracia rusa, son demasiadas papeletas para la desgracia.
Es natural que el instinto de conservación incite al conservadurismo y al conformismo. Todos los seres humanos sentimos miedo, pero sólo los valientes, lo superan y se merecen las mieles de la aventura. Esta vez, fue mi caso.
He pasado controles complicados, subido montañas, atravesado bosques caducifolios bajo la lluvia, andado por las galerías de una cueva; seguido el curso de un arroyo torrencial y abrazado rusos ataviados con trajes tradicionales; bebido numerosas pócimas y cocimientos locales; tocado el jembé con un grupo de melenudos y ecologistas cosacos; ayudado en la construcción de un porche y ya van tres; realizado una traída de aguas hasta las puertas de un hogar; estado desnudo en la fría noche de la montaña tras una increíble sauna; andado por la noche en medio de la nada a campo través, al ruido de perros y lejanos aullidos lobunos y lo más importante, he convivido y departido muchas horas de conversación con numerosas gentes de toda clase y condición.
He comprobado que allá donde voy, hay gente que merece la pena y que ofrece su mano y su corazón. He comprobado que los que separan los pueblos, no son las gentes que los conforman, sino los malos dirigentes. He comprobado que estar lejos de casa, no siempre es fácil y que siempre se extraña la comodidad del rincón personal, las costumbres alimenticias, la seguridad de la querencia, y especialmente los seres queridos que comparten tu vida. He comprobado que amar es el mayor privilegio que te puede dar este mundo y que un abrazo compartido, es una gran arma de felicidad masiva.
Me voy de una Rusia a la que mi pasaporte de juventud, me prohibía expresamente viajar y lo hago, en el convencimiento de que más temprano que tarde, las barreras que impone la ceguera humana, acaban disolviéndose en las aguas de la historia. Me voy de Rusia, ligero de equipaje, con el cuerpo endurecido y el alma henchida de felicidad. Me marcho de Rusia, tras haber realizado un voluntariado real apartado de los viajes turísticos de paquete todo incluido, de maletas borregas sin alma ni duende.
Ojalá, Veronyka y sus hijos Nastya, Dary y Tasya, encuentren la vida mejor que se merecen en esta nueva Rusia que tanto tiene que hacer y cambiar. Mientras tanto, cada vez que abran el grifo de agua, habré contribuido a su felicidad y bienestar.

En Barakaevskaja, Región de Krasnodar, a 18 de octubre de 2014, a escasa horas de que abandone este inmenso país.


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