domingo, 25 de enero de 2015

Crónicas marruecas. Séptima parte

Hoy 24 de enero, he desayunado batido de almendras con dátiles, crepe marroquí con miel y te a la menta.

He ido a El Gzira, para ver el cabo que se adentra en el mar, partiendo en dos su playa, con su impresionante gruta que conecta las dos partes de la costa; con bóveda de arenisca, que asusta la vida, por los cantos rodados que, a veces, se desprenden amenazando al que osa atravesarla.

He tomado arena de la playa, para la colección de arenas del mundo y como recuerdo material de un episodio de la historia española; de una ciudad en la que he oído música de fusión arábigo flamenca y tiene calles con nombres españoles.

He comido dorada salvaje hecha a la parrilla en nuestra casa.

He terminado el libro El tiempo entre costuras, siendo íntimo cómplice con su autora.

He paseado las aceras, cámara en mano, buscando babuchas andantes con picudas chilabas, enmarcando caras morunas de interesante vida.

He robado imágenes en el vibrante mercado, recién llegada la pesca de bajura. Y he visto bailas, pescadillas, doradas, corvinas y sardinas. He visto tres cabezas cortadas de cabras, representando la muerte sobre una tabla y frutas, completando el colorido de las telas, que envuelven las femeninas curvas de las tapadas mujeres.

He esperado una vuelta de reloj para conectarme al mundo en La suerte loca.

He sorbido mi último té a la menta, tirado desde altura valiente, para espumar el sabor de Marruecos.

He comprado pequeños regalos para decir en España, me he acordado de ti, dar un te quiero y decir no me olvides, porque no es fácil para mí hablar el amor con palabras.

He cumplido un  completo kit de adiós, con gracias por todo, ha sido un placer, que tengas suerte, toma mi email, dame un beso y hasta siempre.

He caminado mi espalda con nostalgia, para cerrar maletas, dormir la noche y rodar la madrugada hacia Taznaght, el nuevo destino, entre el  Anti Atlas y el Alto Atlas.

He pasado la profunda y silenciosa noche, aplastado sobre el recio colchón de los sueños, abrazado por sábanas que me cuesta abandonar y acompañado por la intimidad de los sentimientos.

He pensado sobre la felicidad, que va y viene, como las olas del mar, que parece vivir más en la serenidad de las mareas bajas, que en las mareas altas de intempestivas olas.

He meditado la frase, ¨Si no eres feliz con lo que tienes, tampoco lo serás con lo que te falta·.

Me he preguntado, si en el otoño de mi vida, debo tener pies cansinos en largos caminos o fuertes raíces en suelo patrio. Me he cuestionado, si el camino recorrido, me acerca o me aleja de la meta; si es hora de vivir poesía o de abandonar el baile de las palabras y darle un bofetada al destino.

He concluido, que los sentimientos, son la sal, el limón, el azúcar, la menta y la canela de la felicidad, aunque también deba saborear momentos de acres y amargos.

Cansado de pensar, he pensado en la inminencia de levantarme en un “ a esta es”, un desayuno veloz, un cepillo de dientes y un vámonos.

Me he levantado, pero me he equivocado. Desde que vivo la libertad, vivo ajeno al tiempo y a veces, no mido bien los momentos de mi camino. Espero vestido, aseado y en silencio, que mis compañeros abandonen la noche y abracen la despierta madrugada.

Nos aguardan unos 400 km de ruta y  8  horas rodando la vieja furgoneta; pasando desde la cota cero de la sureña costa, preludio del desierto, hasta casi los 1900 metros de altura, tal vez, con cara de nieve. Un nuevo clima y otra actividad nos acogerán nuevamente, en este diverso país.

Nos esperan situaciones imprevisibles, terrenos sinuosos, pueblos en el camino, mercados locales, cafeterías de hombres solos, de miradas cetrinas, mostacho puesto y te en mano; ovejas ramoneando las cortas barbas de clorofila que salen de la tierra; pequeños y voluntariosos asnos de sufrido trabajo, portando moros sobre sus ancas o tirando de carros de carga abultada.

Veremos un sinfín de cruces de caminos, con un ir y venir de humanidades, a veces, sentadas entre piedras de rincones, en medio de la nada.

Y nos esperan controles policiales, de aminorar la marcha y mirar ojos bajo gorra con insignia, esperando el gesto de seguir camino.

Aparecen mis compañeros de viaje. Tomamos un café caliente y dos magdalenas antes de hacer el definitivo vámonos .

Una chilaba pasea la madrugada entre la bruma del mar. El ruido nos transporta ya al norte. El sol se está quitando el pijama  y naranjea un cielo huérfano de estrellas.

Las intermitentes rayas que median la ruta, semejan latidos de vida. Hablamos el silencio; tosemos el alba; avanzamos. Vivimos.

Cuelga en mi cuello infiel un gri gri sin versículo del Corán, esperando no obstante, un golpe de baraka para sonreír en mi camino.

La izquierda muestra su interminable horizonte de mar en calma como mancha de aceite; la derecha, tierra roja de femeninas lomas con verdes chumberas.

La suciedad de la ventanilla derecha, aparenta falsos  paisajes de niebla y pienso que en la vida, muchas veces, la bruma del camino, no es mas que la opaca catarata de una actitud.

Las numerosas familias paseando en burro por el rocio de la mañana, evocan con su colorida estampa, un paso viviente de un Domingo de Ramos.

Mi hambrienta cámara de fotos, aún no ha desayunado los colores de la vida y ya estoy presto al disparo incruento, para pintar almas sin pinceles.

Una parada en el camino; cafetería boulangerie en ciudad; desayuno croissant a palo seco. Veo, salón para hombres y escondida salita con mujeres. Venden amlou amandes (almendra molida con aceite de argan y azúcar) para dar alimento, dulzura y exotismo al camino.

Seguimos la ruta. El sol ya calienta y medito en las actitudes de vida. Mientras África hambrea, en Asia inventan cápsulas que liberan purpurinas de colores, para defecar en arco iris y en Europa, alguien ha inventado personalizar anos, obteniendo moldes en indecorosa postura, para luego hacer bombones con su forma.

Internet nos sorprende con noticias como las descritas e incluso, muestra fotografías que demuestran su veracidad. Y concluyo con certitud, que  la sociedad está enferma;  que banaliza el acto de comer, mientras consentimos colectivamente, sin asumir la  responsabilidad de inhibición personal, el asesinato por hambre, de los hijos de un dios menor.

La ancha y nueva carretera es un signo del despertar de este país. Vemos poblaciones de preciosos nombres y casas de color ocre que suelen tener altos soportales. Coches polvorientos, se mezclan con puestos de frutas y verduras, con predominio de naranjas Numerosas  mezquitas jalonan la carretera, con su minarete clavado en el cielo.

Ya llevo 1600 km de paisajes. En este momento, observo el nevado Toupkhal, del Macizo Central del Alto Atlas, mientras dos mujeres con coloridos atavíos tradicionales, apacientan su escaso rebaño de ovejas, en la mediana de la autovia. A mi izquierda recogen las naranjas de una preciosa plantación, mientras a mi derecha, los olivos duermen solos. Poco más allá, amplias planicies yermas, se alternan con cuidados y fértiles  campos.


Bebo poco en el camino, porque a veces, el desahogo no es “gratificante”.

Antes de llegar a Agadir, viramos al este, hacia el interior. La ruta se inclinó a partir  de Aoulouz. Las lomas se arrugaron y adquirieron altura. Pasamos una zona de azafrán y vimos  almendros en flor.

El ascenso continua hasta llegar al   puerto de Tizi – in – Taghaitine, de 1886 metros de altura, para inmediatamente, descender al puerto Kourkouda, de 1650 metros. Los árboles  desaparecen con rapidez y la tierra se hace paulatinamente  pedregosa. El azafrán campea por la zona.

Hemos recorrido unos 100 Km por un sobrecogedor altiplano de lunático paisaje y  llegado a destino. La habitación del hotel es digna y limpia y el precio de 60 dirhans, es decir algo menos de 6 euros. Una guiri perroflauta de pata blanca de nacionalidad eslovena tocala guitarra y cantaflamenco, mientras un corro de chilabas, toca las palmas. No describo más la escena, por ser inenarrable.


He tenido el privilegio de estar en el corazón de una pequeña aldea perdida en alguna parte de algún lugar, según se va hacia allá, más o menos; he entrado en las casas y bebido yo sólo una tetera con te a la menta; he hablado con las mujeres y satisfecho la curiosidad de una próxima estudiante de medicina.

Ya en el hotel, observamos que la población está apagada y hemos  accedido a las habitaciones con un candil, pero tenemos agua. Tres días con luz y sin agua en Sidi Ifni y un día ahora con agua, pero sin luz, es realmente poca baraka. Afortunadamente, he comido una reconfortante tajina y se ha hecho la luz, por lo que mi felicidad se colma con una ducha y luz para ver.

25 de enero de 2015




























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