domingo, 11 de enero de 2015

Desde Rusia con amor

Iniciamos el viaje a Krasnodar con mal tiempo, con el motor del coche poco seguro y buena cara. Teníamos por delante casi 5 horas de ruta. Hicimos un alto del camino, vimos una boda y no pude menos que inmortalizar el adorno de los coches, con sus lacitos rosas, sus  alianzas, sus nubes, sus patitos macho y hembra.
 Ya en Krasnodar, paramos en una tetería lounge para hacer tiempo hasta la madrugada, que marcaba mi tiempo de Turquía. El ambiente era genial, y cayeron tés chinos, con ritual chino; indios con ritual de su país y finalmente, tés árabes. Algunas parejas, se fumaban un narguila a medias. Entre velas aromáticas, luces bajas, música nirvana y buena conversación, nos tomamos unos 20 pequeños vasos de té cada uno. Yo hacía de casamentero entre Veronyka e Ilya, el ruso con quien compartí una sauna en bolas, como ya consta en una crónica anterior. El resultado fue no cenar y llegar todos a una excitación similar a la de un yonki sin metadona. Fue una noche mágica en la que mezclé inglés, francés, italiano y 7 palabras rusas, entre los emparentables y algunos jóvenes de mesas contiguas. Un cartel curioso, señalaba un aseo de tres sexos.
Para salir del aeropuerto de Krasnodar, tuve que pasar por 4 controles diferentes de rayos X, con sus correspondientes vaciado de bolsillos, descalzamientos, etc. Todo un tic de la época totalitaria no del todo desterrada.
Cuando aterricé en Estambul, llevaba 10 días sin bañarme, barba de 4 días y casi un día sin comer. Con un autobús, y un taxi, llegué al hotel. Estaba destrozado físicamente, enfadado porque no fue el transfert del hotel a recogerme, molesto porque el mamón del taxista me había dado vueltas innecesarias y porque no tenía resuelta mi reserva del hotel. Naturalmente, me puse de muy mal humor.
El agua de mi bañera estaba caliente. Me puse  a  remojo,  me quité la mugre, me afeité y  parecí otra persona.
Prácticamente, carecía de ropa limpia y hube de usar finas prendas de escasa protección. Cuando salí a la calle, parecía una cebolla, de tantas capas de ropa que llevaba puesta.
Me fui  a una terraza, me jalé una sopa caliente de algo naranja y un gran plato de kebab con arroz, patatas y pimientos. Comía desesperadamente, como un lobo siberiano. Tras 10 días comiendo y bebiendo solo hierbas de varios colores y el ayuno final, en ese momento, me habría comido hasta un sobaco de mono, de tenerlo en el plato. Si alguien hubiera pretendido tocarme la comida, le habría lanzado una dentallada en los hijares y habría salido mal parado.
Volví al hotel. Hacía demasiado frío, por la proximidad del mar y me puse otras dos capas más de ropa. Al salir, me tomé un zumo callejero de naranja y granada, que me supo a maravilla.
El Gran Bazar estaba cerrado por ser festivo. Entonces, me dirigí a la Basílica de Santa Sofía. Un mohacín llamó a la oración. Aquello parecía una saeta con gorgoritos a lo Juanito Valderrama, pero con turbante. Mientras bajaba la calle, ví numerosas caracterizaciones musulmanas del rigor religioso que ya tenemos encima. Se distinguían las diversas procedencias geográficas: afganas, sirias, yemeníes, indonesias, …, cada cual, con su interpretación de ropaje en formas y colores.
La Basílica me decepcionó un poco. Por dentro estaba entubada, en fase de reparación y no tenía vidrieras como las de nuestras catedrales góticas. A mi juicio, son bastante mejores nuestras seos, si se me permite la comparación. Eso sí, algunos santones, le daban un aire bastante vistoso, pero nada podrían envidiarle nuestros antiguos sacerdotes, de sotana, capa y castoreño preconciliares.
La Mezquita Azul, era otra cosa; una auténtica belleza, tanto exterior como interiormente.  Eso sí, tuvimos que quitarnos el calzado y las mujeres, ponerse un gran velo que prestaban en una caseta previa a la entrada, lo que permitía el intercambio de piojos entre mujeres de varios continentes. Un cartel, explicaba como debíamos asistir en el interior. Lo cierto es que está mejor organizado que en mi época joven, cuando entraba en algunas mezquitas.
Las mujeres tienen un lugar apartado para rezar en la mezquita, con su celosía y su cartel segregacionista de sexos; vamos, lo de siempre: los niños con los niños y las niñas con las niñas. Muy bonito; de modo que para rezar tienen que estar separados, pero luego, para pecar, lo tienen que hacer juntos,… digo yo.
Allá donde voy, pego la hebra. Me da igual hablar con rusos en su tierra, que con turcos en la suya, o con indonesios, con los que me eché alguna parrafada, nos fotografiamos y nos reímos un poco juntos.
Estoy soñoliento y con catarro. Aún tengo hambre y eso que me he tomado otro zumo de granada, una mazorca de maíz, más seca que las tetas de una pensionista y un brebaje calentito, pastoso y dulce,  que me ha sabido a gloria celestial.
Saldré en cuanto acabe esta crónica a masticar lo que sea, mientras que no sea hierba. Luego, skypearé con la familia, corregiré un ejercicio de español a una amiga argelina y veré qué tal van mis gestiones de casamentaría, porque conseguir casar a dos rusos, eso, no lo tengo en mi ya largo y florido curriculum vitae. La verdad, es que la cosa va por buen camino y me divierte,… una jartá.

En Estambul, a 19 de octubre del año 2014









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