miércoles, 7 de enero de 2015

Las manos

No son hermosas, pero son mis manos. Las he visto crecer conmigo desde que vine a la vida. Tocaron los senos que me alimentaron; aprendieron el tacto de la tierra mientras gateaba; me apoyaron al izar mi cuerpecito dubitativo; jugaron a las canicas; bailaron peonzas; tiraron piedras; rodaron todo tipo de pelotas y balones; jugaron a la lima; tiraron balines; usaron tirachinas; enseñaron sus puños en las peleas infantiles; hicieron bolas de cera en Semana Santa y pasearon su tacto por las calles y los paisajes de Sevilla.
Sufrieron cortes y pinchazos; magullamientos, martillazos y raspones. Se mancharon de tintas y bolígrafos; se quemaron con hornos y platos calientes; se pillaron con puertas y sufrieron pellizcos de monja de una madre solícita, pero recta en su educación. Ayudaron a hacer madejas de lana, amasaron harina, separaron piedras de las lentejas, pelaron pollos, adobaron aceitunas y robaron patatas fritas de la sartén. Cazaron ranas, cogieron camaleones y lagartijas; persiguieron saltamontes y acariciaron pollitos y patitos.
Cazaron grillos, robaron nidos, subieron a los árboles y cogieron alguna manzana prohibida. Echaron pulsos varoniles, dieron pescozones y fracasaron como artista plástico. Acariciaron todo tipo de mascotas con la dulzura y la rusticidad de un infante.
Sufrieron padrastros; perdieron uñas golpeadas; encallecieron con las herramientas; se helaron en días de caza; se pincharon cogiendo higos chumbos, limones y naranjas agrias. Se ahumaron con braseros de cisco y con candelas de campo.
Dirigieron caballos, pusieron miles de vacunas, herraron toros bravos y cogieron capotes de toreo. Calmaron las heridas y los dolores de mi cuerpo, atraparon miles de moscas, cazaron ratones, algún murciélago y pescaron peces. Sufrieron mordeduras de libélulas y cangrejos, picaduras de abejas y agresiones de perros y gatos.
Rezaron, disfrutaron las vetas de una buena madera, cocinaron, lijaron, barnizaron, apretaron tornillos y arreglaron persianas. Pusieron plomos, sufrieron calambres eléctricos, instalaron hornos, colgaron cuadros, repararon muebles, volaron cometas, tiraron petardos, encendieron triquitraques y llevaron libros, bolsas y maletas.
Cortaron las uñas de mi abuelo, de mi padre y por supuesto las mías. Quitaron espinillas, dieron masajes, curaron heridas, limpiaron zapatos, jugaron al billar, al parchís y ahorcaron al seis doble. Ayudaron a levantarse al caído; dieron agua al sediento y comida al hambriento.
Escribieron cartas de sentimientos; taparon mi faz desencajada; enjugaron mis lágrimas de niño, de adolescente y de hombre. Movieron tierra; plantaron árboles; arrancaron piedras; segaron césped; podaron ramas; arrancaron frutas; hicieron huerta; nadaron y treparon por riscos.
Retuvieron arenas del desierto, nieves de las montañas y acariciaron las praderas de la libertad. Mataron serpientes y alacranes; nadaron junto a tortugas marinas en las aguas africanas; cazaron gacelas, criaron fenecos, buscaron flechas y hachas de sílex y recuperaron objetos antiguos de hundidos barcos.
Sudaron el cansancio; sudaron la emoción; sudaron el miedo; abrazaron la alegría y mesaron cabellos ajenos. Protegieron niños indefensos; cambiaron pañales; hicieron papillas; barrieron, fregaron y batieron polvorientas alfombras.
Se mancharon de barro; se tiznaron de carbón; se pringaron con silicona; se llenaron de pintura y se dejaron hacer por la vida. Ordeñaron vacas; recogieron huevos, tomates, calabacines y lechugas. Extrajeron miel de colmenas; recogieron moras; buscaron manzanillas, madroños, moras, bellotas y castañas.
Apretaron manos blancas, negras, amarillas y del color de la tierra. Palmearon anchas y débiles espaldas en signo de apoyo o solidaridad. Hicieron cosquillas, combatieron randoris, usaron bisturíes y tiraron de gatillo.
Manos cuarteadas por el viento; manos peludas de hombre; manos solidarias entre sí y con las ajenas; manos trabajadas, manos callosas de los remos de piragua; de las cuerdas de alpinismo; de las rutas de la vida.
Manos queridas que han querido; manos de amor y sentimiento; manos que han abrazado hijos, sobrinos y nietos; manos que han dado el último adiós a los padres ya marchados; manos que me hacen sentir vivo.
Sois mis manos; sois las guardianas de mi cuerpo; sois las extremidades de mis pensamientos; siempre prestas, siempre obedientes, siempre nobles, siempre hermosas aunque no lo sean. Sois mis obreras; amigas del alma, que me habéis ayudado a vivir, a sentir, a amar; sobre todo a amar.

Ojalá, cuando las fuerzas me flaqueen; cuando las manos ya no tengan habilidades ni ganas de hacer infantiles sombras chinescas, juegos de manos, trucos de sorpresa infantil, unas manos queridas, se entrelacen con las mías y me ayuden al tránsito hacia las manos ya etéreas de los seres queridos que me precedieron con los que compartir la felicidad del amor eterno.

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