jueves, 8 de enero de 2015

Me voy al mar


Quiero oler el yodo que desprenden sus olas; quiero verlas besar la dorada arena del Sardinero; quiero observar las siluetas de las palmeras, asomadas arrogantes al inmenso azul; quiero ver los niños pasear por el borde rompiente de sus aguas; quiero ver los perros correr tras el palo lanzado y escuchar el peloteo incesante de los palistas. Quiero abandonar por unas horas, los ocres y los rojos del otoño interior, por las verdes aguas del Cantábrico, que adornadas por algún pesquero, algún carguero o pequeños veleros, juegan caprichosas a llegar a tierra y volverse a sí mismas. Quiero soñar con las olas de la libertad, que te llevan a otros mundos; a otras culturas; a otras razas; a otras formas de vida, en la que el ser humano, escribe sobre el paisaje su afanes de ser y estar, con distintas cocinas, con diferentes ropajes, con otras escalas de valores, pero con las misma condición humana, sometida a ilusiones, miedos, ansias, nostalgias, ambiciones, envidias, odios, amores y egoísmos.
Me voy al mar, para oír las gaviotas y admirar sus evoluciones en el aire. Me voy al mar, para recordar momentos del pasado, en los que desde un acantilado, oía canciones de Lole y Manuel, mientras ofrecía mi cara al viento y al sol. Me voy al mar, para sacudirme la melancolía del otoño y para ver y oír la vida que sigue, en un mundo que no se para y del que formo parte.
Me voy al mar, en búsqueda de alegría, para hacer volar mi espíritu, mis sentimientos, mis ilusiones y pensamientos; pero sobre todo, me voy al mar, porque quiero cambiar por un tiempo, el ritmo de mi vida. Profesionalmente, he seguido un camino libre, atípico, aventurero, como el águila solitaria que domina orgullosa el paisaje desde las alturas, pero en lo personal, soy un ave gregaria, que necesita compartir ideas, tactos amigos, miradas queridas, alegrías con eco y sentir la protección del grupo. Necesito sentirme como una uva en el racimo; como un pájaro en bandada surcando los cielos o como un  pato salvaje que vuela en formación, relevándose regularmente en el vértice de la uve que abre el viento a sus compañeros de viaje.
Abandono por un rato mi torre de marfil; la de la seguridad y el bienestar, pero también la del aislamiento. Me voy al mar y cuando me hinche de ilusión, libertad y espuma de vida, marcharé a casa a por una ración de menestra y de sentimientos de familia.
Me voy al mar, pero volveré.

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