martes, 27 de enero de 2015

Crónicas marruecas. Novena parte

Amanece en Agdz. Los gorriones revolotean en la gran bouganvillea del patio. Una tórtola arrulla sin cesar y un gato blanco y negro, mira con interés la escena.

Cargamos el vehículo y salimos en dirección a Zagora. Vemos un río con agua que refresca el paisaje. Las aldeas se suceden, con sus ocres casas y su minarete. Bordeamos un gran palmeral. Se ven numerosos alcorques rectangulares de unos 15 metros cuadrados, como tableros de ajedrez.
Pasamos un control de policía y giramos a la izquierda entre palmeras sin llegar a Zagora. Vamos hacia Erfoud. El paisaje humano es tan pintoresco como hermoso. Los sempiternos y diminutos asnos, portan lugareños de chilaba; mujeres llenas de color, portan grandes cargas en sus espaldas; hay gente recolectando hierbas silvestres por doquier y unos chicos, juegan al balón en la carretera, pues los pedregosos campos, no permiten carreras ni el rodar del esférico.

Se ven grandes rebaños de ovejas. Algunas cabras, negras y pequeñas, comen las hojas de las espinosas ramas de un argan silvestre.

Hay muchos desvíos, por las reparaciones de numerosos puentes destrozados por las riadas. Vemos una manada de dromedarios y desciendo de la furgoneta. No son como los mauritanos, altos y blancos, como si fueran “ galgos del desierto”; son más  oscuros, bajos, robustos y lanosos.

El chico que los cuidaba, me dedico una blanca sonrisa. Me hice un selfie con uno de los animales y salí notoriamente perjudicado. Pedí entonces al muchacho que me sacara algunas fotos y conseguí un buen recuerdo gráfico.

Me dijo adiós con una franca y noble sonrisa. Nada me pidió, pero le di unas monedas y me dedico un sonriente chucran.

La región es un paraíso mundial de fósiles. Un contacto de Alex, nos enseño  piezas de gran valor y belleza, pero este se inclinó por los cuarzos que le mostraron. Sellaron el trato con un te moruno, pero al carecer de menta, escasa en invierno, le añadió hojas de chiva, un arbusto local, que había observado en otras casas.

Atravesamos un gran y polvoriento palmeral y llegamos a Erfoud. La habitación del hotel es limpia y digna, tiene internet, agua caliente, climatizador y televisión con cientos de canales de numerosos países  árabes. Esta vez, me cuesta 160 dirhans, unos 15 euros.

Es una ciudad bulliciosa. Se observan numerosos talleres trabajando la piedra. Es una especie de mármol negro con una alta densidad de fósiles.

En Marrakech vi algunas mujeres vestidas con niqab, pero aquí se ven numerosas mujeres enteramente vestidas de negro, muchas veces en grupo. Sobrecoge verlas y lo hago con cuidada discreción, para no tener problemas.

He recorrido 2600 Km en 10 días.he dormido en numerosos hoteles de suerte desigual. He comido numerosas tajines y bebido incontables tes. He recorrido abruptos y pedregosos paisajes, paseado por la costa y pasado por altos puertos de montaña. He vivido el Marruecos profundo, incluyendo casas de ignotas aldeas y estoy cansado.

Añoro las verdes montañas de Cantabria, con sus berrendas frisonas; la vida rutinaria en mi rincón de la verdad y el abrazo de mis seres queridos. Me apetece cambiar del te verde a la menta al te negro con leche. En definitiva, sueño con el hogar de mi vida, como el camello siente el agua del oasis, tras una larga travesía.

Pero aún me queda camino. Aún debo pasar altos puertos de montaña y llenar la cantimplora del viaje, con más paisajes, más paisanaje, más artesanía y más exotismo, porque esto es Marruecos y no siempre se tiene el privilegio de recorrerlo































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