sábado, 10 de enero de 2015

Chiouioui

Sentí un sedoso contacto en mi piel y un ronroneo de bienestar. Chiouioui, la gata de angora peinada como un león, se había colado en mi habitación, subido en mi cama, aprovechado mi calor humano y expresado su satisfacción, en una noche de frío canadiense.
Al ronroneo, siguieron mis caricias, en el cuello, aquél se hizo más potente y sentí un áspero lamido en la mano.
Eran las 4 de la mañana y deseaba dormir; abrí la puerta y la dejé fuera, sin poder cerrar del todo la puerta. Minutos más tarde, la abrió nuevamente y me rendí a la evidencia. A las 5:06 de la mañana, mis párpados se caían de sueño, mientras mis manos actuaban contra el teclado.
Pienso que cuando hay amor y ternura, lo saben reconocer hasta los propios animales; incluso, éstos los sienten y agradecen antes que las personas, pues son más primarios, más directos y no pasan facturas de lejanas historias de la vida.
La sedosa gata gris, me había destrozado el sueño, pero me había dado un pequeño momento de compañía y felicidad.
No es sólo esta felina, todos los ocupantes del arca de Noé que supone esta casa con su granja anexa, transmiten un cierto grado de felicidad a quien tiene la suerte de sentir su cercanía. Las simpáticas alpacas, las desconfiadas y huidizas llamas, las cabras cachemir, los tres perros basset con mirada casi humana, la propia perra Mimí, guardiana del exterior y aparentemente peligrosa, todos parecen sentir y agradecer la bondad a su modo.
Kathy, Dave, Eva y yo, somos seres humanos circunstancialmente bajo el mismo techo. Disfrutamos de unos días en los que compartimos experiencias, distintos hechos y trayectorias culturales, escalas de valores, percepciones y filosofías de vida más o menos coincidentes.
Los seres humanos, somos como las hormigas, que laboran, se organizan, viven en comunidad, recorren juntos el sendero y se tocan y reconocen con sus manos, como lo hacen aquéllas con sus antenas. Es cierto, que hay quien prefiere la soledad y el aislamiento, pero la gran mayoría de los seres humanos, preferimos el contacto, el intercambio y la transmisión de sentimientos, pues somos como racimos de uvas que penden de una misma estructura.
Pero los seres humanos, también necesitamos poner la mente en blanco, descansar y entregarse al sueño. Y eso es lo que intenté, para que la gata me dejara dormir.
Un tac tac sonó en mi puerta; era Eva cantándome la hora de las llamas.  Bajé hecho un Adán. Eran las 7:15 y un canadiense, habría dicho que hacía calor, pues el termómetro estaba a -3ºC. Sacamos los perros basset y también a la perra collie y recogimos los huevos de las gallinas. Dimos la comida a los camélidos y a las cabras e intentamos atrapar a BUC, pero el muy cabrón (es un macho cabrío), no se dejó y no pude curar su pata herida.
Eva y yo, ya aseados y más civilizados, recorrimos en coche unos 5 km de hielo con carretera debajo. Compré los ingredientes necesarios y al volver a casa, hice los preparativos para la cena de las 5 de la tarde: pinchitos morunos, tortilla española y sangría.
Y mientras Eva skipea con sus hermanos de Francia, miro la blanca nieve que cubre los 2000 arces de azúcar que Kathy posee. La finca, posee además la granja de camélidos, la tienda de productos textiles, el garaje y la propia vivienda, repartido todo ello en diversos edificios junto al hielo del camino.
De todos los animales, me atrae Palala, un algo indefinido, pues es un huariso, híbrido de llama y alpaca y al estar castrado no es ni lo uno ni lo otro. Este castrati, no se distingue por el bel canto, sino por una lana muy especial, que merece su propia etiqueta en la lana que se vende en la tienda del establecimiento.
Y pienso, que cuando las dulces ataduras se deshilachan, se recuperan las mieles de la libertad. Y pienso, en nuevos caminos, rutas, senderos, estelas de agua o crujir de hielos que lleven a nuevos paisajes y paisanajes.
Cuarenta años atrás, en Mauritania, miraba los surcos de agua de los barcos que nos traían o nos llevaban pescado del Golfo de Guinea y soñaba con destinos que no siempre llegaron, pues mi sino era ser funcionario español, tener seguridad económica y una familia de amor. Cuando cambié las doradas arenas del Sahara por las verdes montañas de la entonces provincia de Santander, aquellos sueños quedaron olvidados por la realidad.
Desprendido de la corbata, el calendario y el reloj; a nido vacío y a inquietudes llenas, pienso en rutas de camellos bactrianos, búfalas de agua, paseos en elefante asiático, campos de arroz en Vietnam, cría de bisonte americano o simplemente, en lugares donde el viento me lleve en busca de una cuchara, una mirada, una hoguera reparadora y una aventura humana, ya sea en fondos verdes cerrados, dorados abiertos, blancos sobrecogedores o azules estelas entre delfines amigos.
Porque la vida es corta y el mundo es grande; porque el mundo es mi patria y pertenezco a la tierra que me ofrezca una mano tendida, una mirada franca, una abierta sonrisa y un abrazo fraterno.
Mientras tanto, espero la noche que me pasará del 10 al 11 de diciembre del 2013, aquí en Compton, Quebec, Canadá y como esta noche aparezca la gata Chiouioui, la acariciaré con mucho cariño el garguero y le arrancaré un MIAUUU, mientras la empuje escaleras abajo, porque tener frío no es del todo agradable, pero tener frío, sueño y no poder pinflarme de naranjas, es demasiado.































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