miércoles, 28 de enero de 2015

Crónicas marruecas. Décima parte

No era día de carretera, sino de calles. Cogí mi cámara y salí a la caza de imágenes. Anduve vagando por la ciudad en busca de personajes y escenas de vida interesantes, pero me sentía cohibido, por temor a molestar a los viandantes.

Me senté entonces en la terraza de una cafetería. Pegue la cámara a mi pecho, gobernando discretamente los mandos y fotografíe cuanto de interés pasaba por la calle. Miraba premeditadamente distraído, previendo trayectos, distancias, sombras... y hacia el clik que captaba las formas y los colores de un mundo cotidiano, mágico, rico en colorido y costumbrismo.

Sabía que Erfoud era el paraíso de los fósiles, pero descubrí otro paraíso, el fotográfico, más importante para mi, que valoro mucho más las personas que los objetos. Cuando veía los posibles modelos, me fijaba en sus ropajes, sus formas de moverse, las arrugas y las expresiones de su cara e intentaba capturar aquella riqueza visual.

Si los personajes supieran el respeto y el cariño con que les fotografio, probablemente, posarían encantados ante mi cámara. Pero no es lo habítual y debo actuar con rapidez y escasos medios, para captar un fugaz y robado momento de vida.

Tuve problemas técnicos de luminosidad, enfoques, cruces de vehículos en marcha, aparcamientos inoportunos, cambios imprevistos de la trayectoria del modelo y perdí muchas ocasiones hermosas. El resultado fue dispar, pero el ordenador me permitirá salvar parte del material, que será un testimonio de la vida marrueca. Serán siluetas respetuosas con la mentalidad de las gentes. Aparecerán como si surgieran de nieblas en color y parecerán pinturas expresionistas. Sueño con sentarme en casa frente al ordenador, para trabajar las imágenes, con pasión, amor y creatividad.

El mundo evoluciona y se pierden las imágenes y los sonidos tradicionales de un país. Ya ha pasado en otros lugares. El progreso y la modernidad, uniformizan y despersonalizan las ciudades y sus ciudadanos. Los mismos bloques de apartamentos, los mismos semáforos, las mismas vestimentas, la homogénea cocina internacional y tantas cosas más,  hacen un mundo homogéneo y aburrido en detrimento de la identidad de un país. En el mío, se han perdido pasadas señas de identidad. Conscientes de ello, se han creado archivos graficos y sonoros, que recogen para la posteridad, las imágenes y los sonidos cotidianos de la vida.

La riqueza costumbrista de Maruecos es enorme; mucho mayor que en otros países y debería ser también, captada y guardada para la historia.

















































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