domingo, 11 de enero de 2015

Un viejo en casa

Pasó la madrugada. He leído un par de capítulos del último libro de Ken Follet y luego he dado una plácida cabezada. Me siento en forma, tras disfrutar del placer de dormir sobre  un colchón.
Nastya me llamó al nuevo  día cuando preparaba sigilosamente el desayuno.  Me encanta verla tan responsable, madura y equilibrada; me recuerda incluso físicamente, a mi cuñada Raquel, cuando la conocí, hoy ya convertida en una espléndida mujer. Me pregunto qué le deparará la vida en la nueva Rusia que se resiste a evolucionar y borrar los viejos tics de una sociedad largamente imbuida por décadas de comunismo.
Apenas como y no estoy especialmente hambriento. Me acuerdo del chiste de los  ministros japoneses y del nombre del de Alimentación; no en vano, deberé recorrer la senda de ortigas que conduce al aliviadero. Pienso en el sufrimiento del momento durante el frío y nevado invierno y me siento afortunado por haber venido a inicios del otoño.
El precioso y negro gatito, me mira desde el templado hogar que calienta la sala. Anoche se  prometía blanditas y cálidas horas sobre mi cama. No es que sea un anti-gato, es que  no hay gato que aguante mi natural e intermitente volteo corporal.
Me siento afortunado. Estoy alejado de comodidades, en un país extraño, con dificultades de comunicación y costumbres muy diferentes, pero al igual que en mi pasada experiencia canadiense, este sitio es un magnífico lugar para un costumbrista. No es fácil adentrarse en las entrañas de un país, compartiendo la vida personal de sus habitantes, pero si lo consigues, es sumamente enriquecedor. Cuando compartes el alma con esta gente, descubres un pueblo con nobles sentimientos, al margen de los intereses geopolíticos que tanto embarran la vida. Han sido víctimas de los excesos de un mal régimen político, como nosotros hemos sufrido también, pero menos, los fallos del nuestro.
He sido objeto de muchas preguntas sobre nuestro mundo, nuestra forma de pensar y de vivir, de la imagen que tenemos de ellos y de lo que sabemos de su país y ellos no pueden saber. Y yo he comprendido parte de sus esencias y de sus inquietudes de evolución hacia una nueva Rusia. Nada de falsos orgullos ni revanchismos; solo dignidad, comprensión y esperanza, no ajenas a la incertidumbre.
Pero el sol camina a su cénit, el aseo, el desayuno y la senda de las ortigas, son mis actividades inmediatas. Debo prepararme para asistir a un festival, para mezclarme con las gentes, disparar fotos e impregnarme de país. A la noche, cuando vuelva cansado y con el botín de imágenes y vivencias, estrellaré las yemas de mis dedos a este teclado que transmite los impulsos de mis neuronas y de mi corazón….
…. Ya de vuelta, vengo efectivamente agotado y rico en imágenes y contactos humanos, incluida alguna cintura rusa abarcada a brazos españoles. Alguien importante visitaba el festival, a jugar por la banda, los periodistas y las dos latas redondas colgadas de la pechera. Andaba vagando el lugar, cuando dije que era españolo y se abrieron brazos y se chocaron pechos. Un fotógrafo hizo fotos para algo, mientras que un policía sin dedo gordo, me hizo fotos con mi máquina. Me atiborraron de comida y me hicieron dar un copazo de vodka a lo macho cosaco, aguantando bien el trago. Y es que cualquiera decía que no delante de la prensa a la Tachenka que me largó el lingotazo.
La hija mayor de la casa, cantó ataviada con su traje regional, en un coro lleno de ojos azules y rubias melenas y disfruté cazando bellos recuerdos de futuro.
Lo dicho, un día espléndido con baño de multitud, mucha labia sin saber ruso y un alma henchida de alegría.
¡Cuánto me alegro no haberme acobardado en España ante las dudas del viaje! Ya me he adaptado a lo complicado, he arreglado el visado con la policía y sé aproximarme a la hermosa gente de este país,….., bueno…, también he visto mucha matriusca enorme, escasa de hormonas y sobrada de oro en los dientes, pero solo las miraba por los trajes y por la belleza de su canto.

11 de octubre de 2014











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