viernes, 9 de enero de 2015

Templos de la palabra


A lo largo de mi vida, he visitado por causas muy diversas, que no penado, cárceles de tres continentes,  asistido a manifestaciones y sufrido huelgas; visto de cerca hechos de violencia y muerte, que no son sino fracasos de la palabra, el acuerdo y la concordia.
Me gusta la política, por necesaria y apasionante, aunque la situación española actual, sea decepcionante. He conocido Plenos Municipales, Parlamentos Regionales, e incluso, el Congreso de los Diputados y el Senado, del Reino de España. Fue en la etapa Constituyente, cuando se dibujaba el nuevo orden político español, con ilusión, espíritu constructivo y deseo de concordia.
No me atrae la política municipal ni siquiera la autonómica y no deseo exponer las razones. Me gusta la política nacional, aunque cada vez menos, dada la jauría parlamentaria que pasta los presupuestos.
Me entusiasma la política internacional, en un tiempo en que el mundo es una aldea global, donde lo que ocurre en las antípodas nos afecta en el entorno inmediato.
He visitado muchos “templos de la palabra”, donde grupos políticos, minorías étnicas, religiosas y organizaciones no gubernamentales por ejemplo, han debatido razones del pasado, situaciones del presente y aspiraciones de un futuro mejor.
He tenido la suerte y el honor de visitar la sede de la OMS en Ginebra, de la FAO en Roma, la Cámara de los Representantes y el Senado de los Estados Unidos, e incluso, los jardines de la Casa Blanca, si bien, más que un templo de la palabra, sea un centro de decisión política cuando falla la concordia.
Hoy, he tenido la suerte de visitar la sede de las Naciones Unidas en Ginebra, que alberga, entre sus múltiples centros, 9,000 funcionarios que trabajan en pro de la Paz, los Derechos Humanos, los desplazados, los niños, las minorías étnicas, el Medio Ambiente, etc.  He estado con una de mis  nueras preferidas (tengo 3) y uno de mis nietos, que a sus 5 meses de edad, representaba en cierto modo, el futuro del mundo que llama a las puertas del presente.
Hemos visto los restos de una bandera de la ONU, tras una negra jornada de terror, sangre y muerte, posteriormente reconstruida en memoria de los funcionarios internacionales caídos en ella.
Casualmente, estuve en Ginebra mientras se celebraban las conversaciones de paz entre los Estados Unidos de América y Vietnam del Norte. Fue la gran guerra de mi generación. Recuerdo que las conversaciones fueron en español, pues los representantes de Vietnam, rehusaron debatir en francés, por ser la lengua de la antigua potencia colonizadora, o en inglés, por corresponder a la lengua de la potencia que los invadió posteriormente. Las negociaciones, se celebraron en una de las salas visitadas.
Hemos estado en la Sala del Diálogo de las Civilizaciones, con la preciosa bóveda ¿pintada? por el español Barceló, que proyectó en ella 17 toneladas de pintura, para que finalmente colgaran de la misma, 2 toneladas de estalactitas de colores, que tiñen de belleza y esperanza una de las salas más emblemáticas del complejo de la ONU.
Hemos visitado también la Sala del Desarme, donde se reúnen las partes en conflicto, cuando la palabra ha fallado y el horror de la guerra hace reconsiderar las decisiones políticas. Una sala, en la que las partes en conflicto, entran por puertas diferentes y se reúnen frente a frente, en presencia de representantes del  mundo, para tirarse las palabras a la cara, con ira, miedo, rencor, abatimiento o simplemente, con el ánimo de cegar los ríos de sangre.

No siempre, las mesas se disponen enfrentadas. A veces, el odio es tan fuerte, que los contendientes en el campo de batalla y de la palabra, hablan sin querer verse y las mesas se disponen en uve, para que ambos bandos, mirando en una sola dirección, hacia la Presidencia de la sala, se hablen indirectamente. Tal fue el caso de los representantes de Irán e Iraq, varios años antes de que el loco iraquí, acuñara la expresión de la “Madre de todas las batallas”  








No hay comentarios:

Publicar un comentario