martes, 20 de enero de 2015

Crónicas marruecas. Primera parte



Vuelvo a Marruecos, país que visite en varias ocasiones entre 1978 y 1982. 33 años mas tarde inicio una nueva experiencia viajera.

 Eran viajes sin ordenador ni teléfono, con cámaras fotográficas de carrete, en las que era posible fotografiar escribanos, barberos y sacamuelas callejeros. Momentos pasados de puestos de dentaduras y gafas usadas, de aromáticos y multicolores puestos de especias, zumos de naranja y leches agrias. Tiempos de pinchitos morunos, dulces de almendras, higos, miel y de tes a la menta. Tiempos de aguadores, saltimbanquis y encantadores de serpientes, vendedores de alfombras, curtidores, pastores de ovejas y demás paisajes de la vida.

Iniciare  mi viaje en Fez y bajare al sur, sin un circuito previamente definido, pues hay nieve en el Atlas y las graves inundaciones habidas anteriormente, complicaron las comunicaciones.  Voy a reunirme con un matrimonio hispano nigeriano. Les conocí por internet hace 4 años, a través de su página “Tambores lejanos” e hicimos juntos una descubierta por Gambia, Senegal y Guinea Bissau. Fue arriesgado, pero salió bien. Debimos continuar con otro viaje a Sierra Leona, pero decidí un viaje alternativo a Sao Tomé e Príncipe. Ahora lamento la decisión, pues entre las guerras y el Ebola no es posible ya pisar aquella tierra.

Mis vecinos de avión son ajenos a la convivencia, por lo que espero un vuelo molesto. Voces, gestos y blasfemias, no son la mejor compañía, evidentemente. En mis viajes, he compartido momentos con  gente sin formación, pero con un respeto que estos carecen.

Algún día, publicare mi anterior viaje con Alex y Vivian, mis compañeros de ruta. Me esperan en Marruecos, aunque aún desconozco el punto de encuentro. Ayer se encontraban bloqueados por la nieve en Azrou pero tal vez hayan continuado viaje. Seguiré en autobús; tal vez a esa población, a Midelt o a Erfoud, ya más al sur. Tras el abrazo de rigor, comenzaremos juntos una nueva aventura de viaje y vida.

 Posiblemente, no entre en la Medina de Fez. Recuerdo sus intrincadas callejuelas, imbuido en una cuasi Edad Media, de hornos de pan en barro refractario, tornos manuales o a pedales, cobres trabajados, pieles curtidas, alfombras coloridas, enfermos transportados en parihuelas e incluso un muerto ensabanado a lomo de burro, camino de la tierra definitiva. Entonces  las chilabas y las babuchas  eran prendas de uso generalizado.

Sobrevuelo el sur de la costa española, donde aún perduran torres centenarias para vigilar posibles re invasiones árabes y me adentro en el Mar Mediterráneo, el de en medio de tierras, límite del norte y el sur, de los Evangelios y el Corán, de la Cruz y la Media Luna. Viajo sin norte, pero al sur, a un ver que pasa, por donde piso y paso, a mi personal aventura de la vida. Ya en tierras moras, veo un dulce y verde paisaje cercano a Fez. Tienes lector, la ocasión de compartir conmigo, esta nueva incursión en tierras ajenas.

En tierra extraña

Los aeropuertos en países en desarrollo, son un punto rojo en un viaje en donde he tenido mucha previsión y algún miedo. Una pléyade de buscavidas de buenas o de aviesas intenciones, arrinconan al viajero. Es un momento dulce de despiste y equipaje, agravado a veces por el desconocimiento del idioma, la distancia a la ciudad y la negrura de la noche. Sin embargo, todo transcurrió con normalidad y eficacia en este viaje. Fui Informado de precios y de destino y concerté la tarIfa con un taxista. La flota de taxis era enteramente de Mercedes de unos 25 años, de impoluto blanco exterior y un interior menos cuidado. Llegue a la ciudad con 20 minutos más de vida y 120 dirhans menos.

Ya en la ciudad devore una tajine de berenjena y un guiso de carne, inmerso en un denso humo de fritanga. Luego, tome mi primer te moruno de los muchos que beberé, aunque era flojo para mi. A las 20 horas marroquí, saldré en bus hacia Azrou, donde finalmente, me uniré a mis compañeros de travesía 2 horas más tarde.


La bandera marroquí, estrella verde de cinco puntas sobre fondo rojo, ondea masivamente en los aires y mueve su silueta entre palmeras. Mientras, en los alrededores de la ciudad, los cuidados olivos, perfilan el paisaje, esporádicamente cortado por profundos barrancos de aguas torrenciales

Si en Rusia leí a Ken Follet en El umbral de la Tierra y me sumergí en la caída del Telón de Acero! aquí he iniciado otra lectura: El amor entre costuras, de Maria Dueñas, ambientado en el antiguo Protectorado Español del Norte de Marruecos, por lo que me meto con mayor énfasis en el ambiente.

Es de noche, cuando en una hora viaje a través de la cinta de asfalto, no podré ver el paisaje ni el paisanaje. Me perderé así una parte de la aventura que he comenzado, pero cada noche tiene su fin y mañana, el sol iluminara un mundo de colores entre montañas marruecas. Y allí estaré, para oír cantos de gallos y llamadas del Moecin; para oler las coloridas especias y sobretodo, cazar las expresiones humanas del Marruecos profundo, donde como en todos lados, se cuecen pasiones, ambiciones y sueños de vida.

La negritud recibió el avance del autocar. Blancas y aisladas luces, rompían el lejano horizonte y el ruido me llevaba al encuentro de los amigos. Numerosos picos de chilaba asomaban por encima de los asientos.

Las luces se han extinguido y la noche no tiene estrellas, tan sólo el autocar y la nada. Llegamos al destino Y al descender del autocar,vi una joven mora de tez muy blanca y perfil perfecto, ataviada  a lo marroquí. Era preciosa y auténtica; una luz en la noche que quedara como un grato recuerdo.

Mi amigo tardo en rescatarme del medio de la nada. El frío asustaba y le vi llegar, pero no le reconocí vestido con chilaba. El hotel Diamant du Atlas, me costo 80  dirhans, es decir  unos 8 euro, pero dormí como sí hubiera pagado mucho más
17 de enero de 2015

Azrou

El Moecin llamo al Fayr, la primera oración del día. Me encanta el tańir de campanas llamando a nuestras iglesias, pero me subyuga el exótico llamamiento desde las mezquitas, pues tiene algo de atávico misterio.

Son las 6 de la mañana y permanezco en la cama, refugiado bajo dos mantas, para reponerme del agotamiento  y del frío intenso de esta población de montańa. Conocía el lugar. Ayer evoque una lejana visita a Infranne, centro de ski alpino de Marruecos, con casas de apariencia centroeuropea con inclinados tejados y 5 metros de nieve. También había visitado el lugar donde me encuentro, que disponía de un reconocido centro artesanal.

Antiguo informático, Alex , mi compañero de viaje, cambio los megas, los RAM y los ADSL, por los minerales, los fósiles y las artesanías que compra en recónditos lugares africanos y luego comerciasen las ferias especializadas europeas .

Tras 20 años recorriendo caminos, pistas y veredas, conoce cada rincón y cada piedra de su África. Todos los años, pasadas las Navidades, migra al sur con su furgoneta, acompañado de Vivían, su mujer nigeriana, de etnia yoruba. Pegado al terreno, viaja ligero de equipaje, se viste como los nativos de cada zona y se mimetiza con el paisaje. Conoce muchas historias y personajes peculiares . Viajar con el es una oportunidad de conocer el Africa real, aunque ello implique renunciar a las comodidades de mi vida habitual. Hay viajes más cómodos, que se quedan en la superficie del paisaje y no profundizan ni en la vida ni en la realidad africana y yo prefiero la primera alternativa; entre otras razones, porque quiero beber con fruición las fuentes de un África que se extingue.

El frío del sur era intenso. Debíamos  ir a Marrakech previa estancia en Midelt. Pero la población está entre dos puertos que superan los 2000 metros de altura. El agua nieve en los cristales nos forzó  un cambio de rumbo bordeando el Atlas. Nos hemos desviado hacia una ciudad de difícil nombre, donde se encuentra una gran mina de fosfatos. El objetivo es conseguir dientes fosilizados de tiburón, de gran demanda en el mercado. Cumplida la misión y habiendo dejado desdentados casi todos los tiburones de unos 40 millones de años, nos ofrecieron un te moruno realmente exquisito, más parecido al del desierto que al típico te rifeño y no perdí la ocasión, aún a riesgo de no dormir la negra, fría y lluviosa noche.

Cenamos en un lugar peculiar. El comedor parecía una clase, donde las mesas aparecían como pupitres de cara a un inexistente profesor. Por 25 dirhans, es decir, unos 2,5 euros, comí un cuarto de pollo, un plato de patatas fritas y otro de ensalada.

Mañana, iremos a Marrakech, visita que promete, pero esa es una nueva etapa para un nuevo artículo.
 18 de enero del 15.








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