domingo, 11 de enero de 2015

Tetas en el bosque

Esperaba una tranquila jornada, pero no ha sido así. El día barruntaba zumito de nube y no me equivoqué. Iniciamos una pequeña caminata que fue una larga excursión de varias horas por caminos perdidos, bosques caducifolios, gargantas profundas con límpidos riachuelos y una cueva incluida.
Éramos Veronyka, las dos hijas y una joven de 26 años con dos pequeñas de 3 y 1 año y yo, como único varón del grupo.
Veronyka nos obsequió con un despiste y tuvimos que retomar el camino tras descender una colina importante, en situación bastante comprometida. Nos adentramos en un bosque caducifolio en su esplendor otoñal, predominando el oro del follaje de los arces. Mi primera sorpresa, fue visitar una cueva, con sus estalactitas y su propio lago interior.
Encontramos árboles hendidos de troncos huecos  donde pudimos cazar momentos para el recuerdo y seguimos el curso del riachuelo, atravesándolo numerosas veces, para sortear los accidentes del profundo barranco. Comimos en la base de una cascada, llamada, por su forma, el velo de novia.
La lluvia arreciaba y temía que hubiera un repentino torrente de agua.
La joven madre, una deliciosa moscovita, era licenciada en traducción por la Universidad de Moscú y hablamos todo el tiempo en francés. Bueno no siempre, pues aprovechaba cualquier descanso en el camino, para sacarse la teta y arrimársela a la pequeña, con sucesivas alternancias según consideraba su grado de plenitud. En esos momentos, silbaba al aire y buscaba mi amiga Veronyka, para continuar la conversación en “rusinglés”. Fue un día feliz, pues el paseo fue precioso y por fin pude hablar con velocidad de crucero.
Volvimos a casa, calados hasta el alma, llenos de barro y agotados.

17 de octubre de 2014, en tierras invadidas por cosacos hace ya como un siglo, en la época de León Tolstoi.








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