jueves, 8 de enero de 2015

El piloló

Sigo en Sao Tomé è Príncipe. Es martes 1 de mayo, Día del Trabajo, que se celebra no trabajando.
Acabo de masacrar el segundo mosquito de esta madrugada y al menos, parece que no tenía sangre. Esto, en Europa, no tendría más importancia que darse un tortazo pescuecero y aguantar una pequeña roncha, pero aquí en el ecuador africano, esto significa riesgo de paludismo. No puedo castigar mi hígado con permanente consumo de malarone y por eso, asumo el riesgo de contraer la enfermedad. Las mallas plásticas en los ventanales, la vela de citronela, el aparato emisor de ultrasonidos y los repelentes, se complementan con la Jenara, una pequeña salamanquesa, que corre por las paredes y techo de mi habitación, en su afanoso safari de insectos.
Ya me he aseado y pardiez, que no es fácil la operación. No tengo espejo en el aseo, por lo que me afeito y peino al tacto; la ducha es a priori un paraíso de legionellas, sólo tiene un mango para abrir el agua fría, que se me queda periódicamente en la mano y el desagüe, consiste en un agujero en el suelo de la habitación. No necesito usar el bidé, pero resulta un peligro el acceso a la ducha, pues está roto y puedo sufrir tremendos cortes en las piernas. El lavabo y el inodoro, están aparentemente bien, pero es necesario mantener un equilibrio inestable, pues no están bien fijados.
Ya han cantado reiteradamente los gallos del barrio Bombón, donde se ubica nuestra casual casa, una otrora mansión portuguesa de la época colonial. Me encuentro frente al ordenador, a la espera de que mis compañeros se levanten y desayunemos antes de que el sol diga aquí estoy yo. Unas nubes de evolución, me recuerdan que es posible una lluvia ecuatorial en plan, te vas a enterar y pienso, que lo mismo me pongo el bañador y salgo a enfrentarme al posible jarreo de zumo de nubes.
Cada día que pasa y ya van 5 en Sao Tomé é Príncipe, nos ocurren un mínimo de 2 o 3 emociones fuertes, de las que te desbocan el corazón, pero desde que estoy en estas paradisiacas y extrañas islas, he debido adaptarme a navegar en el proceloso mar de la vida real, lejos de la algodonada y fuelle vida de un funcionario europeo. No es el momento ni el lugar, para escribir lo que he visto, oído y vivido en estos días; no puedo ser más explícito ni puedo recordar todos los acontecimientos que a modo de lluvia ecuatorial, se han precipitado sobre mí; no me queda más opción, que la de encerrarme en un mutismo total, que me garantice el éxito de mi trabajo y mi propia tranquilidad personal. Pienso incluso, que lo mejor es trancar las experiencias en la cámara acorazada de mi cerebro y que duerman allí como las joyas de mi Titanic, en el fondo del mar. Solo afirmo, que estos 5 días de intensidad, darían más de sí, que varios años de memorias de vida.
Me acaricio la cara y compruebo que me ha quedado el bigote a medias de afeitar; el maltratado estómago me recuerda que debo echarle carburante y mi cuerpo está presto a la batalla de emociones y aventuras que el día me reserve.  En principio, la agenda del día, es una visita a una roça, como aquí llaman a una plantación colonial de cacao y café; una playa y una incursión en antiguos terrenos de cultivo, que la feraz vegetación transforma en selva al menor signo de apatía. 
Nuestro vehículo, no está tan desvencijado como el aseo ya descrito, pero mi puerta no siempre se abre, mi ventana no siempre se baja y el conductor no siempre es prudente. Pienso en el riesgo de la caótica circulación rodada y en la escasa capacidad de reacción ante una posible colisión y pienso, que mi seguro de asistencia sanitaria y de repatriación, no es un escudo protector infalible; en definitiva, que de vez en cuando, pienso, que simplemente, mi Ángel de la Guarda, tiene trabajo extra. 

Una rama de micócó exhala un penetrante y acre olor, que invade la cocina y llega al salón. Esta planta, es al parecer un posible afrodisíaco si se aplica directamente en la erógena zona de la refriega y puede ser un gran negocio si se extrae el principio activo capaz de revivir antiguas, disminuidas, perdidas u olvidadas capacidades eréctiles de los que se debaten en la lucha contra la gravedad. En un país caliente, la sensualidad, yo más bien diría, acentuada sexualidad, es una de las coordenadas de la brújula de la vida. Por eso, no puedo más que recordar con una exultante sonrisa y unos ojillos malévolos, la botella de aguardiente local, que se vende bajo el nombre del Piloló atómico, simpático nombre que preludia al parecer, una noche de pasión al descerebrado o inconsciente suicida que se atreva a beber el más que probable alcohol metílico. Porque no olvidemos, que si una bebida alcohólica artesanal es siempre un riesgo, aquí, en la raya del ecuador, te puedes pasar definitivamente de la raya y reposar para siempre. Y es que, a veces, los alimentos y las bebidas artesanas, ni tienen arte, ni son sanas.  





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